Permitan que esta vez estructure esta entrada el revés, esto
es, glosando la obra al principio y dejando la cita para el final.
De hecho, esta entrada será breve.
Es más, se trata de una mera excusa para conmemorar la
aparición de El enredo de la bolsa y la vida, el cuarto libro de la saga
protagonizada por el peersonaje más entrañable de Eduardo Mendoza.
Admito sin rubor que esta entrada es un homenaje a la saga. Aunque me he valido de El Misterio
de la Cripta Embrujada, podría haber hecho lo propio con El Laberinto de las
Aceitunas o La Aventura del Tocador de Señoras.
Admito, al fin, que poco puedo decir de esta obra que no muestre ya su genial
primera página. Con ella les dejo.
“Habíamos salido a ganar; podíamos hacerlo. La, valga la
inmodestia, táctica por mí concebida, el duro entrenamiento a que había
sometido a los muchachos, la ilusión que con amenazas les había inculcado eran
otros elementos a nuestro favor.
Todo iba bien; estábamos a punto de marcar; el enemigo se derrumbaba.
Era una hermosa mañana de abril, hacía sol y advertí de refilón que las moreras
que bordeaban el campo aparecían cubiertas de una pelusa amarillenta y
aromática, indicio de primavera. Y
a partir de ahí todo empezó a ir mal: el cielo se nubló sin previo aviso y
Carrascosa, el de la sala trece, a quien había encomendado una defensa firme y,
de proceder, contundente, se arrojó al suelo y se puso a gritar que no quería
ver sus manos tintas de sangre humana, cosa que nadie le había pedido, y que su
madre, desde el cielo, le estaba reprochando su agresividad, no por inculcada
menos culposa. Por fortuna doblaba
yo mis funciones de delantero con las de árbitro y conseguí, no sin protestas, anular
el gol que acababan de meternos. Pero sabía que una vez iniciado el deterioro
ya nadie lo pararía y que nuestra suerte deportiva, por así decir, pendía de un
hilo. Cuando vi que Toñito se empeñaba en dar cabezazos al travesaño de la
portería rival ciscándose en los pases largos y para qué negarlo, precisos, que
yo le cruzaba desde medio campo, comprendí que no había nada que hacer, que
tampoco aquel año seríamos campeones”.