“Era la primavera que bailaba de puntillas, giraba ligera, aún joven, alegre, todavía ajena a lo que traería, pero con unas ganas enormes de sembrar un poco de desorden en las cosas. Sin segundas intenciones, por el puro gusto de mezclar las cartas. Y la sangre de la gente.”
Que bajo la etiqueta de novela negra se etiquetan obras muy dispares es un hecho incontestable. Y que los autores del género policíaco cada vez se esfuerzan más en dotar de elementos originales a sus historias y personajes, también. La primavera del Comisario Ricciardi es un perfecto ejemplo de estas afirmaciones.
En primer lugar, Maurizio de Giovanni se aleja de los escenarios tópicos del género para situar su obra en la Nápoles de principios de los años 30, durante dictadura de Mussolini. Una época convulsa y una de las ciudades, para lo bueno y para lo malo, más singulares del mundo.
En segundo lugar, el protagonista de la obra, ya convertida en saga, es Ricciardi, un comisario a cuyo lado el inclasificable Adamsberg, ese extraño ser creado por Fred Vargas, parecería un tipo de lo más normal. Raro, raro, raro.
“El hombre que mira es el que no vive. Solo puede ver cómo pasa la vidade los otros y vivir a través de ellos. El que mira no consigue vivir”.
Y en tercer lugar, el autor parece decidido a alejarse de los tópicos estilísticos del género negro -lenguaje directo, crudeza...- para presentarnos una prosa llena de lirismo, con pasajes casi poéticos y un planteamiento coral que puede despistar en un principio.
¿El resultado? Una estupenda novela, llena de magia y en la que, lejos de una excusa para el título, la primavera es protagonista destacada de la narración. Al igual que la ciudad de Nápoles. De hecho el final, que como siempre no desvelaré, tiene mucho de opereta. ¿O tarantela?
Este libro pertenece a una saga que comenzó con El invierno del comisario Ricciardi y que, al más puro estilo Vivaldi, ya ha recorrido la primarera, el verano y el otoño; un perriplo estacional al que sin duda pienso sumarme. ¿Por qué? Porque este libro me ha gustado mucho y porque Maurizio de Giovanni ha logrado con él algo que hasta hace poco hubiera creído imposible: reconciliarme con Nápoles, esa ciudad que llegué a definir como la más fea del mundo.