(El inspector Brunetti ironizando para sus adentros sobre la importancia que las autoridades venecianas dan al turismo)
Nadie duda a estas alturas que la novela negra es un género en sí mismo. Sobrevalorada por la crítica en algunas ocasiones –como sucede con la moda actual por este tipo de narrativa- y ninguneada la mayoría de las veces por esos mismos exégetas de la literatura, las historias de crímenes y criminales, bajos fondos y vicio en altas esferas, policías santos o corruptos, putas de lujo, mujeres fatales y asesinatos de casi imposible esclarecimiento, han conseguido gracias al fervor del público un lugar propio en la literatura.
Quizá el mayor encanto de la novela negra es que en ella cabe casi de todo: dureza, lirismo, crítica social, amor, acción, misterio… No extraña pues que bajo el mismo sello aparezcan libros muy distintos o que bajo esta denominación englobemos a personajes tan diferentes como el Carvalho de Montalbán, el Bird de Connolly o el Wallander de Mankell. Eso sí, les aúna el haber sido creados para protagonizar una saga, uno de los grandes recursos de muchos autores de literatura negra.
En este contexto cabe enmarcar al comisario de la questura de Venecia Guido Brunetti, quien de la mano de su creadora Donna Leon lleva casi 20 años resolviendo toda suerte de crímenes en la ciudad de los canales.
A quien aun no conozca la obra de esta autora norteamericana afincada en Venecia, que escribe en inglés y que nunca ha permitido que sus novelas se traduzcan al italiano –un detalle jactancioso que, para mi gusto, dice muy poco de ella- le recomendaría que no empezara por este libro. Es más, le pediría que se olvidara, de momento, de sus cuatro o cinco últimos trabajos.
No es que “Cuestión de fe” sea un mal libro, pero evidencia en exceso que es la decimoctava vez que Donna Leon da vida a Brunetti. Y el cariño que la autora destila por el inspector le lleva a recrearse más en el personaje que en redondear la trama. Algo que puede desconcertar a los lectores noveles y que tan siquiera todos los seguidores de la saga aplaudirán. Y eso que Brunetti se hace querer. Por su simplicidad, su honradez y el buen rollo que destila. Incluso por su familia que, de tan perfecta que es, resulta irreal. Además, Donna Leon ha tenido el buen gusto de no envejecer apenas a sus personajes en estos 20 años. Es un detalle que le honra, cuando la tendencia de muchos autores es asignar un ciclo vital a los personajes, que suele coincidir con el del autor.
En definitiva, que nadie espere un trepidante thriller, todo y que la trama policial, con asesinato incluído, ahí está. Tampoco es un alegato político, aunque la autora vierta una crítica demoledora sobre la política, la sociedad y la justicia italiana, apenas velada por su fino sentido del humor. “Cuestión de fe• es un homenaje a unos personajes y a una ciudad que conforman la esencia de la escritora.
Mi veredicto sobre la obra no puede ser sino parcial. He leído la mayoría de novelas de Donna Leon y robado a Paola más de una de sus recetas de pasta. Comparto con Brunetti devoción por la grappa y también brindo con prossecco, al que aqui llamamos cava. Además, sé que Venecia es la ciudad más bonita del mundo; el único lugar al que me gustaría retirarme si alguna vez Barcelona deja de retenerme.
Total, ya no les irá de un turista más o menos.