"Allan metía a clérigos y políticos en un mismo saco y le daba igual que fueran comunistas, fascistas o capitalistas. En cambio, estaba de acuerdo con su padre en que la gente honrada no bebe zumo de frutas".
Como ya he comentado en otras ocasiones, soy de los que opinan que el título de un libro imprime el carácter de éste. Para bien y para mal pues de la misma forma que, en ocasiones, logra sintetizar el espíritu de la obra, otras veces dspista sobre el contenido de la misma.
Como ya he comentado en otras ocasiones, soy de los que opinan que el título de un libro imprime el carácter de éste. Para bien y para mal pues de la misma forma que, en ocasiones, logra sintetizar el espíritu de la obra, otras veces dspista sobre el contenido de la misma.
Reconozco que con El Abuelo que Saltó por la Ventana y se
Largó me ha sucedido algo así. Cogí el libro preparado para enfrentarme a una enternecedora
historia sobre la tercera edad, con abuelitos amables, nietecitos cariñosos y
buen rollo a raudales. Algo así como Heidi pero en actual. Pues bien, en su
lugar me he encontrado con una especie road movie –road book, claro-
adornada con pasajes al más puro estilo Forrest Gump y escrita con un sentido
del humor que podría recordar a Eduardo Mendoza.
Huelga decir que , en este caso, el libro ha superado con
creces las expectativas que, a priori, había puesto en él. Aunque su humor es
sutil, cuando quiere, Jonas Jonasson sabe provocar la carcajada –tiene golpes
de efecto realmente divertidos- a partir
de unos personajes de los que resulta muy difícil no encariñarse, expuestos a situaciones
delirantes. De fondo, una curiosa perspectiva de algunos de los acontecimientos
más importantes del siglo XX.
En resumen, El Abuelo
que Saltó por la Ventana y se Largó es mucho más que un mero relato cómico. Estamos ante una brillante novela.