Hay personas empeñadas en construir un personaje de sí mismos y Michel Houellebecq es un ejemplo magnífico de este tipo de vanidad. Provocador, imprevisible y políticamente incorrecto, Houellebecq nunca ha dejado de trabajar su imagen para ser reconocido como el enfant terrible de las letras actuales francesas.
En El Mapa y el Territorio, el autor galo da una vuelta de tuerca a esa obsesión y se introduce en la novela asumiendo uno de los papeles principales de la misma. Y lo hace sin subterfugios, usando su nombre y apellido, mezclando realidad y ficción sobre su propio ser. De hecho se reserva a sí mismo el perfil más interesante de los que la obra presenta, ya que el protagonista, Jed, es un tipo que de puro anodino resulta tonto. De hecho, resulta difícil no asociarlo con el cinematográfico Forrest Gump: Esto es, un hombre que, sin enterarse de nada, consigue hacerse rico y follar con la más guapa.
Con tales mimbres Houellebecq construye una novela de trama algo menos extravagante que anteriores obras, muy bien escrita y planteada como una plataforma desde la que reflexiona sobre la sociedad europea, en especial la francesa, de este principio del siglo XXI. Lo mejor, sin duda, las conversaciones de Jed con su padre y con el propio Houellebecq –en las que Jed apenas habla, claro- y lo más curioso, la forma en que el autor se enfrenta a la novela negra, sin que el libro tenga nada que ver con este género.
En resumen, aunque me enfrenté a esta obra con algún prejuicio - creo que Houellebecq está sobrevalorado y la interior novela suya ,La Posibilidad de una Isla, me pareció espantosa- debo reconocer que El mapa y el Territorio, aun sin ser imprescindible, es un libro que merece ser leído.