Mientras ahogan unas risitas al preparar las bebidas, entra
Grève, el maître, que le regunta a Marchelet: “Qué va a querer comer dentro de
un rato el señor conde?”. A lo que Marchelet contesta invariablemente: El señor
conde tomará mierda”.
Desde la humildad de esta bitácora, reconozco que me produce
cierto vértigo enfrentarme a la crítica de una novela cuyo autor, postulado
varias veces como premio Nobel y reconocido en su amplia trayectoria con los
más importantes premios literarios, está considerado uno de los mejores
novelistas franceses vivos.
Y lo peor es que me toca hacerlo para concluir, haciendo un
ejercicio de sinceridad, que los tres libros que componen la “trilogía de la ocupación”
me han parecido un verdadero truño. Intentaré explicarme:
Las tres novelas de las que hablamos -El lugar de la Estrella, La Ronda Nocturna y Los
Paseos de Circunvalación- fueron escritas entre 1968 y 1972. O sea, hace más de 40 años; en un
tiempo en que el pastiche narrativo, el aparente desprecio a las normas estilísiticas y el tocar temas tabús para la época, podía ser considerado como un
acto transgresor, un ejercicio intelectual casi revolucionario.
El problema es que la pátina del tiempo ha dejado aquellas
formas en pura anécdota. Un lector actual, al enfrentarse a estos libros, difícilmente acabará de
entender el empeño del escritor por dificultarle la lectura, esconderle lo que
le quiere decir, confundirlo, mentirle y, a la postre, no explicarle nada. Y no mediante un libro, sino a través de tres, puesto
que todos ellos narran la misma historia.
Modiano me ha recordado a Houellebecq en su peor faceta por
su afán algo pueril por provocar. Incluso al músico Serge Geinsbourg, con quien comparte su
obsesión por el Nazismo. Y por Francia, naturalmente. Como buenos hijos de esa
tierra.
En defensa de Modiano, cabe decir que éstas fueron sus tres primeras
novelas. El lugar de La Estrella se publicó en 1968 al calor
de la revolución del aquel mítico mayo. Cabe suponer que el autor que acabaría
siendo galardonado con el premio Gouncout, aquel cuyo nombre ha sonado varias
veces como aspirante al premio Nobel de literatura, siguió crecindo como
escritor desde esas primeras obras de juventud.
Por suerte o por desgracia, me temo que yo no voy a
averiguarlo.