marzo 03, 2014

Arturo Pérez-Reverte EL FRANCOTIRADOR PACIENTE

“Así que era eso, concluí. Treinta segundos sobre Tokio. La excitación intelectual, la tensión física, el desafío de tu propia seguridad, el miedo dominado por la voluntad, el control de sensaciones y emociones, la inmensa euforia de moverse en la noche, en el peligro, transgrediendo cuanto de ordenado el mundo establecía, o pretendía establecer” Arturo Pérez-Reverte El francotirador paciente.

El submundo del graffiti, sus derivaciones como contracultura y su difícil acomodo dentro del arte tradicional, podría dar material suficiente para elaborar un ensayo especializado o, en el mejor de los casos, un buen reportaje ilustrado que pasaría sin pena ni gloria en cualquier magazine dominical. Pero si a esta temática se le aplica el tamiz de Arturo Pérez-Reverte, el resultado lógico será El Francotirador Paciente, una historia con héroes solitarios, códigos de honor, matones tristes, vengadores temerarios, chulos ambiciosos y personas que entienden la vida según leyes propias sólo aplicables a sí mismos.

Lo cierto es que tras varias novelas de temática histórica -bastante desiguales a mi gusto- y un libro como El Tango de la Guardia Vieja, excelente pero bastante alejado del estilo habitual de Don Arturo, echaba de menos una obra como ésta: actual, directa, visceral y con un buen trasfondo. Salvando las distancias -Teresa Mendoza es mucha mujer- El Francotirador Paciente se sitúa por su concepción más cerda de La Reina del Sur que de El Pintor de Batallas.

Un aspecto remarcable de este libro es su concisión. Arturo Pérez-Reverte ha desvestido a la historia de todo adorno superfluo para centrarse en los personajes, en la trama y, sobre todo, en descubrirnos de forma muy didáctica algunas claves mínimas para entender la filosofía, el arte y la subversión que se esconden tras lo que se ha dado en llamar la cultura del grafitti.

Cual si de un exquisito plato de restaurante caro se tratrara, El Francotirador Paciente es una obra que se consume con auténtico placer; pero resulta tan breve que, antes incluso de digerirla, ya se ha acabado. Ello deja un buen sabor de boca y ganas de repetir. Sensaciones placenteras que se acaban imponiendo a otras menos gratas, como un final demasiado previsible para un autor especializado en rematar bien sus novelas.