Como otros boliches de tango próximos al Riachuelo, era un espacioso almacén, despacho de comestibles y bebidas durante el día y lugar de música y baile por la noche: suelo de madera que crujía al pisarlo, columnas de hierro, mesas y sillas ocupadas por hombres y mujeres frente a un mostrador de estaño iluminado por bombillas eléctricas sin pantalla, con individuos de aspecto patibulario acodados o recostados en él”.
Vaya por delante: Arturo Pérez - Reverte es uno de los escritores que más me han hecho disfrutar con sus obras. Novelas tan brillantes como El Club Dumas, La Reina del Sur o La Piel del Tambor, ocuparán siempre un lugar destacado en mi recuerdo. Ello no significa que me guste todo lo que escribe, ni mucho menos que comulgue con su visión épico - marcial de la vida. Hay obras suyas que no me transmitieron nada, como La Carta Esférica, otras que no dudé en catalogar como truños -véase la crítica de El Pintor de Batallas- y algunas más en las que el abuso a la hora de tirar de herreruelo, cachicuerna y degüelle, llegaba a aburrir: Ejemplos perfectos serían Trafalgar o Un Día de Cólera, con un Pérez - Reverte transmutado en la versión gore de Benito Pérez Galdós.
El Asedio me gustó mucho. Me pareció que Reverte volvía a la senda de contar excelentes historias, eso sí, sin renunciar al imaginario que tan bien identifica su obra: épica guerrera y hombres de honor a la vieja usanza. Pese a todo, tras leer la reseña de El Tango De La Guardia Vieja, reconozco que abordé este nuevo libro suyo con cierta aprensión. Y es que me costaba imaginar a Don Arturo lidiando con un registro a priori tan diferente al suyo como es una historia de amor.
El resultado podría calificarse de sobresaliente. Eso sí, tildar a este libro como novela romántica sería pecar de simplista. El Tango De La Guardia Vieja nos habla de un siglo XX que, en sus páginas, se nos antoja cada vez más lejano, plagado de personajes que hoy nos parecen ya irreales: rufianes de arrabal, ladrones de guante blanco, guapos ambiciosos, glamurosas aburridas o espías de mirada triste. El en centro, la tormentosa relación de los protagonistas, perfilados de forma magistral, cuyo devenir da sentido y coherencia a una historia que nos traslada desde Sorrento, donde se sitúa la acción principal, hasta Niza y Buenos Aires.
“También ésta es la historia de mi vida, pensó, o parte de ella: buscar un taxi de madrugada oliendo a mujer o a noche perdida, sin que una cosa contradiga a la otra”
Quienes busquen los rasgos distintivos de Reverte, tampoco se sentirán defraudados. Las descripciones de los tanguistas en oscuros tugurios son memorables y el personaje principal, Max Costa, está a la altura de sus mejores creaciones. Max evidencia una vez más que, para Don Arturo, un hombre que no haya sobrevivido a una guerra es un mierdas con todas las de la ley.
El Tango De La Guardia Vieja es
un libro muy interesante, que vale la pena leer tanto para deleitarse con la prosa que destila, como para disfrutar de una buena historia o ¿por qué no? estremecerse ante una arrebatadora historia de amor.
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