agosto 20, 2012

Andrés Pérez Domínguez EL VIOLINISTA DE MAUTHAUSEN


Franz Müller se había alejado de Alemania seis años antes porque quería probar suerte como violinista pero también porque no le gustaba lo que veía en Berlín, pero él es alemán, y en algún rincón de su conciencia ha preferido pensar que lo que imaginaba no podía ser verdad, que era imposible que existieran esos campos adonde decían que se llevaban a la gente”.

Hay libros cuyo mero título ya evoca. El Violinista de Mauthausen es, sin duda, uno de ellos. Tanto que, ante la perspectiva de visitar el campo de exterminio, consideré necesario comprarlo. También ocurre en ocasiones que, tras leer unas pocas páginas, obras en las que había depositado grandes esperanzas, devengan en una enorme frustración. Por desgracia, también ha sido el caso.

El Violinista de Mathaussen se me había vendido de forma errónea como una suerte de crónica novelada del periplo de los presos españoles en aquel campo nazi. No es así. La poca información que ofrece tan siquiera llega a la que podamos encontrar, no ya en la wikipedia, sino en cualquier guía del lugar no demasiado extensa.

Exculpando de antemano al autor por la confusión, lo que queda es una historia de triángulo amoroso ambientada en la segunda guerra mundial. Y es aquí donde esta novela muestra todas sus carencias, que no son sino las de su autor.

Entendámonos, el problema no es lo que se cuenta, que incluso podría tener su cierta gracia, sino cómo se plasma en letra escrita: lenguaje plomizo, ausencia de ritmo, patinazos incomprensibles y un estilo general que, para no alargarme, muestra el amplísimo margen de mejora que Andrés Pérez Domínguez tiene por delante como escritor.