Este blog ha criticado sin compasión muchos libros. La mayoría de ellos, sin embargo, no eran obras de literatos, sino de personas enfrentadas sin arte o fortuna al duro ejercicio de escribir. Javier Marías es todo lo contrario. Nos encontramos ante un escritor que hace gala de ello, laureado y miembro de la RAE, un tipo que, además, no se priva a la hora de caricaturizar a sus colegas, tildándolos de petulantes y vanidosos. Un genio humilde, vamos. Y precisamente por eso, lo que en otro escritor de menos fuste podría justificarse, resulta imposible de perdonar en Javier Marias.
Los enamoramientos es un libro horroroso. Podría argumentar esta afirmación hablando de la trama, casi inexistente, pero aun así aburrida y previsible. Aunque lo peor lo encarnan los personajes, unos seres monocordes y tan similares entre sí que llegas a no saber cuándo lees a uno u otro: todos piensan igual, se expresan de la misma forma, utilizan las mismas palabras, sus razonamientos son idénticos y además parecen aquejados por una común incontinencia que les hace cavilar de forma obsesiva, en voz y pensamiento, en torno al mismo tema.
¿Y qué es ese asunto sobre el que Javier Marías da vueltas y vueltas, repitiéndose una y otra vez hasta aburrir incluso al lector más predispuesto? Pues nada demasiado complejo. De hecho, nuestro refranero lo resume de en una sola frase: “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”. Un genial ejercicio de síntesis que queda muy lejos de la capacidad del autor, ya que Javier Marías necesita cuatrocientas páginas y toneladas de tedio para llegar a tan elemental conclusión.
Lo curioso de Los Enamoramientos es que, abriendo cualquier página al azar, no es difícil encontrar comentarios atinados y reflexiones originales que inviten a la lectura. EL problema es que los repite hasta el hartazgo sin conseguir en base a ellos elaborar una obra que se sostenga por sí misma.
Para hacer una buena novela se necesita algo más que escribir bien. Una prosa brillante de nada sirve si el conjunto no mantiene una mínima coherencia. Una sola idea, por mucho que atraiga al autor y por poderosa que éste la crea, no siempre da para construir alrededor de ella una historia. Y un truño, lo escriba quien lo escriba, truño es.
Para hacer una buena novela se necesita algo más que escribir bien. Una prosa brillante de nada sirve si el conjunto no mantiene una mínima coherencia. Una sola idea, por mucho que atraiga al autor y por poderosa que éste la crea, no siempre da para construir alrededor de ella una historia. Y un truño, lo escriba quien lo escriba, truño es.