"Todos somos extraños para nosotros mismos, y si tenemos alguna sensación de quiénes somos, es sólo porque vivimos dentro de la mirada de los demás".
Reconozco que, tras comprar este libro, lo he mantenido casi un año en la estantería antes de decidirme a abordarlo. ¿El motivo? Buscaba un momento especial para leerlo. Amén del estilo personal de Paul Auster, sabía que con este Diario de Invierno me iba a tocar enfrentarme a una obra especialmente introspectiva y que sus escasas doscientas no ocultaban lo denso de su lectura. Esperé además a disponer de un estado de ánimo propicio por mi parte, ya que es fácil deducir en torno a qué girará la autobiografía de una persona que ha cumplido sesenta y seis años.
Confieso también que cuando al fin lo trasladé del anaquel a la mesita de noche, refugio habitual de mis lecturas, lo hice con la intención de que este libro me ayudara a dormir. No me malinterpreten. Para mí, que un libro te haga conciliar el sueño es una virtud que ya he reivindicado alguna vez en este blog. La mala literatura me solivianta, o me despista, o me hace perder el interés, y casi siempre me obliga a leer rápido para acabar cuanto antes con aquel tostón. Pero un libro cuyos renglones te obligan a reflexionar más allá de lo que te muestran, que te susurra frases amables al oído y, a la postre, te roba la conciencia para abrirte las puertas de Morfeo, resulta para mí toda una bendición.
Pues bien, con este Diario de Invierno he fracasado.
La culpa la tiene Paul Auster y lo bien que escribe. Al final no ha habido calma ni leches, la obra me ha prendido desde las primeras páginas y no sólo no me ha hecho dormir antes, sino que me ha robado horas de sueño. Lo más sorprendente es que tal efecto lo ha conseguido una biografía parcial y desordenada, centrada en demostrar que Paul Auster es un tipo normal, con una vida trufada de pequeñas miserias y alegrías, miedos, deseos e ilusiones.
"Pero lo que más añoras es el mundo tal como era antes de que estuviese prohibido fumar en los locales públicos"
Emociones cotidianas, en definitiva, que el autor sabe situar por encima de su propia persona hasta llevarlas al terreno de lector, quien es fácil que acabe reflexionando, no ya sobre lo que lee, sino sobre sí mismo.
Diario de Invierno es un libro excelente, que demuestra que nunca es mal momento para enfrentarse a la buena literatura.