“Se confesó, hizo penitencia y le pidió cuentas a Dios. Pero sólo escuchó el silencio, el mismo silencio que escucharon millones de judíos, de gitanos, y de otros hombres y mujeres en los campos de exterminio, y decidió callar para siempre”
Cuando acabé La Biblia de Barro escribí en este blog que no sería fácil que volviera a leer a Julia Navarro, aunque tampoco cerré la puerta a hacerlo. Ocho años he tardado en enfrentarme a una nueva obra de esta autora y lo he hecho menos por falta de prejuicios como movido por lo atractivo de la trama: las tribulaciones de una familia judía rusa desde finales del siglo diecinueve hasta la actualidad. Un recorrido entre San Petersburgo y Jerusalén que abarca la primera guerra mundial, la revolución rusa, el auge del nazismo, la segunda guerra mundial y la creación del moderno estado de Israel. Por desgracia, pese a lo apasionante del argumento, el resultado es, a mi juicio, de lo más irregular.
A favor de Julia Navarro cabe decir que, desde que dejé de leerla, ha crecido mucho como escritora. Dispara, yo ya estoy muerto, presenta una estructura compleja y difícil de dominar, que exige oficio por parte de la autora a la hora de manejar una gran multitud de datos y personajes, tanto reales como imaginarios.
Sin embargo, la historia no acaba de cuajar. El ritmo es muy irregular y el libro llega a aburrir en muchos momentos. A ello contribuye en buena parte la notable extensión de la obra. Y eso que, sin que sirva de precedente, entiendo que en esta novela se justifican las novecientas páginas. El problema reside en que resulta muy difícil mantener el interés constante en una historia tan amplia. Desde luego aquí no se consigue. La supuesta sorpresa final que encierra el libro -que no resulta tal a medida que se va leyendo- no es suficiente para sostener la tensión durante los pasajes más tediosos de un libro que, en demasiadas ocasiones, estás deseando acabar.
Sin embargo, lo que menos me ha gustado de Dispara, yo ya estoy muerto debo buscarlo en la carga ideológica que destila y en el hecho de que ésta, por evidente que resulte, se intente justificar bajo un tamiz de falsa equidistancia. Que nadie se lleve a engaños. Por más que se intente camuflar, nos hallamos ante un libro diseñado para glorificar el actual estado de Israel y sacar de paso los colores a los palestinos, quienes parecen merecer cuanto les pase por estupidez o perfidia.
En resumen, Dispara, yo ya estoy muerto es una obra que habla de muchos judíos buenos y en la que Julia Navarro permite que algunos árabes - muy pocos y con grandes contradicciones- también lo sean.
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