“A los dieciséis años todas las
fronteras son porosas, o al menos lo eran entonces; y lo cierto es que la
frontera del Ter y el Onyar resultó tan porosa como la del Liang Shan Po, o al
menos lo resultó para mí: tres meses atrás yo había dejado de ser un charnego
de clase media para ser un quinqui, y tres meses más tarde dejé de un día para
otro de ser un quinqui para volver a ser un charnego de clase media.”
De por general, suelo hacer las
crónicas de los libros en cuanto los termino. Hay obras, sin embargo,que exigen
dejarlas reposar antes de analizarlas. Y la lectura de Las Leyes de la Frontera
de Javier Cercas me ha provocado tantas contradicciones que, al cerrar su
última página, era incapaz de afirmar si me había gustado o no. Por ello he
preferido demorar unos días este comentario y darme un tiempo para reflexionar
sobre esta novela.
Muchas de los paisajes que este libro
narra forman parte del imaginario de mi propia vida. A finales de los setenta
yo también era un adolescente y mi barrio, tal como cita Cercas, se dividía en
una infinidad de sutiles fronteras que separaban o unían mediante líneas poco
definidas la sencillez de una zona obrera inmigrante de la más pura
marginalidad. Fronteras que, no nos engañemos, sólo sabíamos trazar los que allí
vivíamos. Para la gente de fuera, Nou Barris (En aquellos tiempos Verdún,
Roquetas o La Trini) eran barrios de quinquis, charnas y lolailos, sin más.
Como testigo de aquella época también
conocí el fenómeno de las bandas juveniles, la transformación de sus miembros
en delincuentes y su final como drogadictos. Buena parte de esa generación, que
es la mía, murió por culpa de la heroína o consumida por el SIDA, las dos
grandes pandemias que, en macabra comunión, masacraron a decenas de miles de
jóvenes en la España de la transición. Quizá por lo ignominioso de aquella
etapa no hay muchos testimonios de la misma, más allá de algunos documentales
(Les recomiendo éste en especial, es demoledor) y las discutibles películas de
José Antonio de la Loma. Quizá los testimonios más desgarradores, aunque tambén
muy deformados, los encontramos en las letras de las canciones de grupos como
Los Chichos, Chunguitos y otros de la rumba marginal.
Las Leyes de La Frontera tampoco será
el gran libro que glose aquella generación. Ni creo que Cercas lo pretendiera
al escribirlo. Más bien pienso que el autor aprovecha un capítulo de nuestra
historia más reciente, no demasiado tratado, para dar rienda suelta a sus
obsesiones: la idea del mito, las causalidades que pueden marcar tu vida, el
pasado que siempre vuelve, la mala digestión del éxito, la volatilidad de la
fama, o cómo cambia nuestra perspectiva sobre la forma de entender el mundo a
través del tiempo.
Por tanto, que nadie busque en Las Leyes de la Frontera un relato de aventuras. Arturo Pérez - Reverte podría hacer maravillas con unos personajes así. También errará quien tome esta obra sólo como un retrato histórico. De hecho, algunos detalles revelan hasta cierta despreocupación en documentar la época -citar a Franco Battiato como a uno de los baladistas horteras italianos que sonaban en España a finales de los 70 es imperdonable-. Tampoco creo que sea un libro redondo. De hecho, reconozco que algunos de sus enfoques no me gustaron. Sin embargo, casi un mes después haberlo leído, aun sigo reflexionando, a partir de este libro, sobre mí mismo, mis propias causalidades, la deriva de mi vida y la perspectiva que de la misma, quien sabe si de forma real o distorsonada, me otorgan los cincuenta y un años largos que llevo a cuestas.
En definitiva, me confieso incapaz de concluir esta crítica de manera desapasionada. Es
evidente que con Las Leyes de la Frontera Javier Cercas ha sabido tocar mi
fibra.