octubre 16, 2005

César Vidal: LOS MASONES


Mayúscula sorpresa: Soy masón.Masonazo incluso, como diría aquel ser pequeñito y de voz aflautada. Y eso que en mi vida me he puesto otro mandil que no sea el que en ocasiones uso para trajinar por la cocina. Claro que, bien mirado, el que de forma consciente asuma labores domésticas impropias de mi condición masculina, a ojos César Vidal debe ser una prueba palpable de como conspiro para destruir la tradición familiar y cristiana, legada como un tesoro por mis antepasados.
Debo ser masón porque me considero progresista. Masón porque hace ya muchos años renuncié a cualquier religión, masón porque no lloro la desintegración del imperio español como una conspiración urdida por oscuros intereses, ni me hago cruces ante la independencia de nuestras "colonias" de américa latina. Masón soy, sin duda, al no considerarme monárquico y creer en conceptos como la democracia, abjurar de cualquier absolutismo y tener como bandera -masónica sin duda- los principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad. Masón soy y seré a la postre por haber nacido en Catalunya y no arrepentirme de ello, con lo que además me hago acreedor de otros títulos como nacionalista radical, extremista de izquierdas, revolucionario y antisistema. (esto último, lo de "antisistema", es literal). Por no alargar más a lista, soy implacable masón porque no voto al Partido Popular y, desde luego, no comparto su ideario.
Tras este descubrimiento, lo lógico sería acudir corriendo a cualquier logia, ya que con semejante perfil no debería tener ningún problema para acceder a las más altas dignidades en el seno de estas organizaciones. Aunque a todo el mundo le gusta un poco la parafernalia, no pienso hacerlo por dos motivos principales.
1. Porque la competencia sería durísima. Por mas que sorprenda a Don César Vidal, somos muchos, muchísmos los que pensamos de forma más o menos similar. Las logias no darían abasto, si pretendieran acoger en su seno a todo aquel que huya despavorido ante el discurso de personajes como Pío Moa, Federico Jiménez Losantos o el autor que ahora nos ocupa.
2. Porque, además, se da la circunstancia de que quien esto escribe ha tenido que bucear en la historia de la masonería, en especial en las sociedades secretas francesas del finales del XIX y principios del XX y los resultados de esta investigación en nada concuerdan con lo expuesto en este libro. Masones hubo en todo bando e ideología, estamento o asociación y, al menos en los añlos citados, abundaron más en Francia los masones monárquicos que los republicanos. Sin embargo, no vale ni la pena rebatir tanta inexactitud cuando desde las primeras páginas de Los masones se evidencia el interés ideológico que el presunto historiador tenía en mente antes siquiera de empezar a plantear su obra.
No suelo resumir los libros que critico en "Abriendo la quinta puerta". Con Los Masones de César Vidal haré una excepción. Me lo pide el cuerpo. Es más, me atrevo incluso a hacerlo en forma de cuento. Empiezo
"Érase una vez que se era un mundo antiguo, que vivía en la felicidad de unos estados gobernados por reyes buenos, embarcados en justas guerras, que no dudaban en anexionarse territorios ajenos con el fin de civilizarlos y que se desvivían por garantizar la felicidad de sus súbditos al extremo de que les imponían justicia, cobraban impuestos y les libraban de la tediosa carga de tener que elegir a sus gobernantes. El pueblo llano no cabía en sí de júbilo y donaba agradecido sus diezmos tanto a aquellos nobles como a una Iglesia bonachona y algo paternalista que reinvertía el todo monto acumulado en obras de caridad mientras velaba por la buena salud moral de sus protegios, al tiempo que con amables artes trataba de atraerse nuevos súbditos de las zonas conquistadas por sus reyes y señores. Una Arcadia, en fin, por la que el autor, cuatro siglos más tarde, aun suspira de añoranza. Qué tiempos aquellos.
Y es que, queridos lectores, sé que se os encogerá el corazón cuando os diga que en seno de aquella Sociedad Ideal estaba germinando la semilla de la destrucción. Sí, amigos míos, el mejor árbol a veces engendra frutas amargas y una sola manzana podrida logra corromper al resto. Es así como bajo el amparo de estos reinos, un grupo de seres abobinables, envidiosos y resentidos comenzó a fraguar cobardes conspiraciones. Su mezquino interés no era otro que derrocar reyes, fomentar guerras y liguidar a la Santa Iglesa Católica. Algunos, los más exaltados, incluso pretendían fomentar, sino obligar a su práctica, el amancebamiento, el concubinato, el amor libre y el contacto carnal sin distinguir entre pares o nones, fruta o verdura, carne o pescado. Su ideario, era una mezcla de satanismo y -¡oh, espanto!- liberalismo. Hoy día, a esos facinerosos los llamamos socialistas, separatistas o antipatriotas, pero en aquellos tiempos, a falta de otra nomenclatra, fueron denominados masones.
Con unos reyes incapaces de creer que en sus dominios pudiera extenderse la sombra de la maldad y una Iglesia preocupada tan solo por hacer el bien, ajena a las intrigas mundanas, los conspiradores crecieron en poco tiempo hasta convertirse en una fuerza poderosa.
Al principio no les debieron ir bien las cosas a estos bellacos. Me atrevo a hacer esta afirmación basándome en el autor, ya que apenas cita desmanes en Inglaterra,´cuna de la masonería y país desde donde ésta se propagó por todo el mundo, y minimiza los el peso de los masones en Estados Unidos, curiosamente la nación donde esta plaga ha tenido una mayor influencia. Claro que si los líderes de estas superpotencias fueron tan magistrales como los que ahora las presiden, los admirados Blair y Bush, no es de extrañar que la herejía fuera sofocada con mano firme. Ya lo sé, amigos, falta un nombre para completar ese trío de paladines, el del venerado Jose María Aznar, cruz y norte del autor de esta obra, pero su mera ausencia revela con exactitud el grado de maldad de esos roj... perdón, masones. Pero no nos adelantemos a los tiempos y prosigamos.
La primera demostración de poder de esos indeseables fue la caida del reino de Francia, con la posterior proclamación de la república. Pues debeis saber que nadie en el país galo deseaba derrocar a la monarquía salvo un grupúsculo de masones y que todos cuanto acudieron a La Bastilla iban engañados. A la masonería se debe tambien el sectareo slogan de "Libertad, Igualdad y Fraternidad", insidiosa frase que para el autor resume todos los males que a partir de ese momento aquejan al mundo -al suyo, claro-.
Como es natural, las ansias de destruir cualquier poder establecido no acabaron aquí. Los masones pornto fijaron su mirada sedienta de sangre en un país que hasta ese momento -y en especial en esos años - levantaba las más hondas admiraciones y envidias de todo el mundo. Nos referimos claro está a España. En un principio los conspiradores trabajaron para fomentar la sedición. Las hordas masónicas lograron la independencia de lo que el autor aun debe considerar sus colonias, saltándose -siempre según su criterio- los anhelos y deseos de la población local, orgullosa hasta la fecha de formar parte del imperio español y sin el menor interés de convertir en naciones aquellas españolísimas provincias de Chile, Argentina, Uruguay, etc.
Según nos ilustra Vidal, la invasión napoleónica de nuestro país se gestó tambien en las logias, como un nuevo intento de acabar con lo español. Expulsado el gabacho a fuerza de raza, aquellos indeseables no solo no desaparecieron sino que además anduvieron detrás de maniobras tan sucias y antipatriotas como la declaración de la Primera República. Tras el nuevo fracaso los masonazos parece que se lo tomaron con un poco más de calma pero a partir del siglo XX contraatacaron con nuevos bríos.
Por lo visto, la Revolución Rusa fue solo un ensayo para los masones, cuyo verdadero objetivo, aquel que siempre les había quitado el sueño desde su fundación, no era otro que destruir España. Para ello, los hijos de la viuda no dudaron en infiltrarse en lo que el autor califica sin tapujos como "grupos antisistema", denominación que encuadra a cualquier estamento político, sindical, laboral, militar , regional o cultural que no alabara las virtudes de alguien tan bien dotado para la política como ALfonso XIII. Arteros, intrigadores y, por desgracia para Cesar Vidal numerosísimos, los conjurados lograron poner de patitas en la calle al alfonsino, proclamándo en España la II República.
Tiempo de acabárase, horror y espanto para el autor que demuestra la perfidia de esos miserables metidos a políticos con ejemplos tan significativos como que los republicanos deseaban un estado laico y sin beneficios para la iglesia católica. Para colmo, estos sátrapas no tuvieron bastante con crear la república sino que socialistas y catalantes intentaron destruirla, ya que se alzaron en armas contra ella en 1934, dando origen, en contra de lo que todo el mundo piensa, a la guerra civil española. Para reforzar tan innovadora tesis, Vidal se apoya en historiadores del prestigio de Pio Moa, un erudito que, cual San Pablo, cayó un día del caballo de los GRAPO para abrazar sino la fe, seguro que la FAES.
En base a estos argumentos explica el autor que el pobre Geneal Franco se dignara a arreglar un poco las cosas. Lo hizo, desde luego, y España volvió a ser el oasis bendecido por el autor de este libro. Un pais sin socialistas, sin masones, casi sin catalanes y vascos, con hombres que volvían a ser machos y mujeres relegadas en sus roles seculares, velados todos por una Iglesia católica garante de nuestra moral y educación. Fueron cuatro décadas de paz y armonía.
Para acabar el autor nos alerta de los peligros que para nuestra sociedad actual, cuajada de masones, represente la democracia,... salvo que gobierne el Partido Popular, claro está, el único referente que aún nos queda de esos antiguos y felices tiempos. Y es que la masonería vuelve a estar en pie de guerra: Vierte barcos de combustible como el Prestige, accidenta aviones como el Yak 43, incita a barbaridades como el pacifismo y la tolerancia, pugna por la desmembración del estado español y fomenta la mariconería. Para despedirse, nos recueda que le abuelo de Zapatero fue masón, un hecho que, al margen de significar una mancha en la genealogía de cualquier español de bien, sin duda ha de marcar toda la política de nuestro gobierno.
Para Vidal este cuento no tiene final feliz, pese a que atisba un rayo de esperanza. Y es que pese a vivir en una sociedad dominada por la rojería, el separatismo, la masonería, el liberalismo y la mariconez, la libertad sin libertinaje aun mantiene pura la palabra en labios de resistentes como Jiménez Losantos, Pío Moa o él mismo. Siempre nos quedará la COPE"
RESUMEN
Para César Vidal, los masones solo son una excusa para aglutinar todos los males que según él aquejan a este país. Y es que este hombre y los de su cuerda precisan siempre de conspiradores. Conste que la eleccción no es casual, ya que ha escogido precisamente a la asociación más demonizada por su admirado Caudillo. Pero vamos, en un momento de apuro podría haber echado mano de cualquier otro colectivo las hermanitas de la caridad, el tercio de regulares, el cuerpo de trabajadores de correos o el Atlétic de Bilbao. El caso es tener siempre un enemigo, palabra amplia que para el autor engloba a cualquiera que no comulgue con la idea de España del Partido Popular. Si tu, querido lector, al igual que yo, tambien crees que formas parte de esa ampla masa de excluídos y antisistema... ¡Bienvenido a la logia!
NADA RECOMENDABLE

octubre 10, 2005

Pedro Zarraluki: UN ENCARGO DIFÍCIL


Un asesino sin prisas, una isla primordial... ¡Cuanto voy a echar de menos este libro!
Siento un cierto rubor al confesarlo, pero durante la semana y media que he empleado en la lectura de esta obra, he dormido como un bendito gracias a ella. Y no es que Un encargo difícil sea un tostón, ni mucho menos. Al contrario, se trata de una gran novela en la que todo pasa despacio, ya que si algo sobra a sus personajes es tiempo.
Suelo leer en la cama, por la noche, y la verdad es que me ha sido imposible abstraerme a esa isla semiabandonada, a la monotonía de su paisaje desolado y al devenir de unos individuos sin otro quehacer que lamer sus heridas mientras dejan transcurrir los días. Y claro, envuelto en esa atmósfera de serenidad, a las pocas páginas Morfeo acudía presto a acogerme en su dulce regazo. Han sido sueños cómodos, confortables, a los que me he abandonado miemtras en mi cerebro aún transitaban unos personajes a los que no podía sino tomar aprecio, con la tranquilidad de que al día siguiente me estarían esperando. A fin de cuentas ellos, encerrados en su ínsula, tampoco tienen prisa.
Entre cabezada y cabezada la trama ha ido avanzando ante mis ojos. A medida que pasan las páginas, una tenue sombra de fatalidad parece acechar a aquel grupo de derrotados, cuyo único punto de unión parece ser esa cárcel sin fronteras en la que todos viven mejor de lo que quieren reconocer. La tensión dramática se mueve despacito, con suavidad, como mecida por las olas. El sentido del humor se cuela cuando menos lo esperas, agudo en las apreciaciones pero sin estridencias. Al final, llegas a conocer de tal forma a los personajes que no deseas ningún mal para ellos. Te preocupa tanto la víctima como su posible verdugo, y deseas una salida civilizada para ambos. Estimas a Felisa y llegas a padecer por la suerte de Camila, enfrentada tanto a su pasado como a los sueños de su recién estrenada adolescencia. Y Paco... Paco es mucho Paco.
El final, que por respeto al autor no apuntaré, es quizá demasiado feliz, todo y el esperado percance de Camila. Por vez esa irrealidad supera cualquier contrasentido y supone un alivio para el lector.
Una última advertencia: quizá a muchos lectores, Un encargo difícil les traiga enseguida a la memoria La Isla del Holandés, de Ferran Torrent. Paralelismos no faltan, desde luego. Con este recelo inicié su lectura. Tras consumir la obra me gustaría tranquilizar a quien vaya a iniciarse en ella. La novela de Zarraluki, ganadora del último premio Nadal, transita por sus propios derroteros, alejándose de cualquier comparación.
RESUMEN
Un buen libro, ideal para una lectura lenta, relajada, en la que conviene permitir que el sueño te traslade a esa isla de Cabrera tan necesaria como inexistente hoy día, en la que a muchos nos gustaría refugiarnos de vez en cuando

octubre 04, 2005

Javier Cercas: LA VELOCIDAD DE LA LUZ

¡Que estupenda debe resultar la vida para un autor de éxito!
Ya se sabe, nadar en euros, viajar a medio mundo, follar hasta hartarte con quien te apetezca y emborracharte, tanto de alcohol como de tu propia buena estrella.
Muchos se cortarían un brazo por acceder a un futuro así. No me duelen prendas en incluirme, ya sabéis aquello de la primera piedra. Lo que ocurre es que de por general, los medios para cambiar radicalmente de fortuna suelen estar bastante alejados de la literatura. El común de los mortales lo intentamos con las quinielas o la lotería. Otros, los más pudientes, juegan en el palé de la especulación en busca del definitivo "pelotazo" y algunos, los más ambiciosos o los más necesitados, no dudan en bordear cualquier legalidad a cambio del beneficio rápido.
El camino a la riqueza no es fácil, que conste. La mayoría de los que apostamos a los juegos de azar nunca obtenemos premio; los especuladores suelen ser ya ricos y los delincuentes, si no acceden rápido al estatus de especuladores suelen acabar entre rejas o asesinados.
Javier Cercas nos describe en La velocidad de la luz un nuevo sistema para forrarnos: Escribir un libro de éxito. Al parecer es un método infalible.
Debo confesar que sufrí un tremendo shock al recibir esta revelación. Y es que la lectura de la obra que ahora nos ocupa coincidió, por pura casualidad, con los los últimos retoques a mi primera novela, un libro en el que he ocupado, robando tiempo a unos y a otros, el último año de mi vida. Hasta ese momento me sentía satisfecho del trabajo realizado pero, a partir de las confesiones de Javier Cercas, no pude evitar mirar aquel puñado de folios con otros ojos... más codiciosos.
"Mira tú -me decía- que si me lo publican y me hago rico..."
A partir de ese momento comprendí que debía tomar varias decisiones. Cuanto antes.
La primera pasaba por intentar, por el medio que fuese, que publicaran mi obra. Desde luego, el libro que he parido no es Soldados de Salamina, pero tambien tiene su encanto, pensaba mientras presentaba mi novela a una amplia lista de agentes y editores. Ahora entendía el interés por la literatura en gente como Alfredo Urdaci o Jose María Aznar. Los muy cabritos tambien conocen las claves del enriquecimiento rápido.
La segunda decisión fue esconder la novela de Cercas para que no la leyera mi esposa. Veréis, mi matrimonio es feliz y me siento orgulloso de mi familia. Hasta la fecha nunca he creido que nada fuera a enturbiar esta situación, pero, a la luz de lo que se cuenta en La velocidad de la idem, entendí que debía estar preparado para cambios drásticos. Y es que, según Cercas, a medida que las cifras de ventas aumentan, se liberan en progresión geométrica algunos instintos como beber de forma compulsiva o follarte cualquier agujero que se ponga a tiro. Tenía que prepararme tambien para ir de sobrado por la vida, ser ingrato con mis amigos y soberbio con los desconocidos.
Aunque mi fuero interno se rebelara a este destino, lo mejor sería no alertar a mi esposa del peligro que, ella más que yo, corría. Y es que en la novela, el autor, ya desdoblado de su personaje, no tiene por menos que liquidar a toda su famila en un accidente de automóvil.
Aun no me había repuesto de tan duro golpe cuando Cercas me prepara una última revelación: El dinero no da la felicidad. En su caso parece que el vil metal lo ha convertido en un verdadero desgraciado, un ser digno de la lástima que a partir de ese momento desea despertar en el lector.
De nuevo ante mi flamante novela, tuve que planteearme si en verdad valía la pena abrir la caja de pandora. Quizá sería mejor dejar las cosas como estaban, colgar el libro en internet para disfrute de mis amigos y proseguir con mi plácida existencia. De hecho, la última vez que presenté la obra ante un editor me sentí en cierta manera como Fausto ya que, gracias a Javier Cercas, en esos momentos era consciente de que vendía mi alma al diablo.
Han pasado unos meses y ni Dios me ha aceptado aún el legajo. La escalada al Olimpo es una senda tortuosa y plagada de obstáculos a la que al parecer solo acceden los elegidos. A estas alturas, el consuelo de que el fracaso garantiza al menos mi estabilidad emocional me parece un recurso, cuanto menos, autocompasivo. En este tiempo he seguido pensando de vez en cuando en "La velocidad de la luz". No es un buen libro. Por mucho que Cercas parezca parodiarse a sí mismo, lo cierto es que la obra no deja de ser una mirada, deformada y adobada con los peores presagios, del propio ombligo del autor. Y a la persona que parió Soldados de Salamina debería exigírsele que contara buenas historias en vez de recrearse en sí mismo. Aun es excesivamente joven, todavía tiene que demostrar demasiadas cosas como para que los avatares de su propia vida, ya real o imaginaria, me interesen.
RESUMEN
Leyendo lo leído en La velocidad de la luz me da miedo pensar qué podría haber escrito Javier Cercas caso de ser el autor de obras como El código da Vinci, El señor de los anillos o la saga de Harry Potter.
POCO RECOMENDABLE

octubre 03, 2005

Julia Navarro: LA BIBLIA DE BARRO

La culpa es mía y solo mía
Lo siento, pero me encantan los libros que tratan sobre enigmas, misterios y tesoros antiguos. El problema es que exijo unos mínimos que este género parece empeñado en negarme: rigor, tensión literaria, personajes creíbles y coherencia en la trama. Por ello, abordo cualquier nueva obra relacionada con estos temas temiendo de antemano la posible decepción que experimentaré con su lectura. En el libro que nos ocupa, la desconfianza era aun mayor si cabe, habida cuenta de que la anterior publicación de Julia Navarro -La hermandad de la Sábana Santa- me pareció infumable.
La Bilblia de Barro ha superado con creces mis peores espectativas. Parece mentira como alguien que ha sabido imaginar un marco tan atrayente para su historia -la búsqueda de un tesoro arqueológico en el Irak previo a la invasión norteamericana-, sea capaz de desperdiciarlo con una trama tan mala. Y es que el argumento no se sostiene, mírese por donde se mire. Es una pena, repito, porque a partir de la idea primigenia podía haberse elaborado una excelente historia.
RESUMEN
Debería prometer que no volveré a tropezar dos veces en la misma piedra, pero sé que soy incapaz de llevar a cabo este anhelo. Me gustan demasiado las novelas de intrigas históricas y arcanos misterios. Eso sí, dudo que vuelva a caer por culpa de Julia Navarro... mientrras una nueva obra de la autora no me obligue a ello, claro está.
NADA RECOMENDABLE

septiembre 26, 2005

John Lanchester: El puerto de los aromas


¿Es lícito que el escritor escamotee la trama al lector?Supogo que sí. A fin de cuentas el autor, a la hora de crear su historia, es el único que conoce todos los vericuertos de sus personajes y puede administrar la información sobre los mismos como le venga en gana. Lo ético de la jugada no lo tengo tan claro. Quizá Lanchester consideró que si hacía mención al romance consumado entre el aventurero Tom y la monja María, la obra discurriría a partir de ese momento por unos derroteros previsibles. ¿Solución? Se lo calla y punto. Así garantiza el golpe de efecto. Ya digo, está en su derecho, pero me da miedo pensar lo que este autor podría hacer si se aplicara a escribir una novela de suspense. Quizá no mencionaría al asesino hasta la última página, por temor a que un lector pudiera descubrirlo antes de tiempo. Así es fácil ¿verdad?
Por lo demás, el libro muestra un excelente recorrido que parte de Hong Kong como colonia y acaba en la China actual, ya convertida en superpotencia. Solo por ello vale la pena. De todos sus personajes me quedo con Ming Tsin-Ho, un hombre que celebra cualquier desgracia que suceda a su hermano, cantante de ópera china. Lo comprendo. Quien haya tenido el dudoso privilegio de padecer un espectáculo de este tipo entenderá el aparente sadismo de este hombre, solo comparable al que evidencian los propios músicos mientras te machacan sin piedad los oídos.
RESUMEN
Debo reconocer que soy bastante sensible a cualquier lectura que tenga que ver con China: No puedo ser objetivo. Lo cierto es que tengo en casa un pedacito de ese país: mi propia hija.
RECOMENDABLE

septiembre 23, 2005

Juan Marsé: Canciones de amor en Lolita´s Club


Juan Marsé me sorprende con su nueva novela y eso, a estas alturas de la vida, es decir mucho a su favor.
Desde luego Canciones de amor... no figurará nunca entre mis obras preferidas de este autor, más por la veneración que profeso a alguna de ellas (Últimas tardes con Teresa, Si te dicen que caí...) que por deméritos de su última publicación. De hecho, soy y seré siempre un pijoaparte, cada vez más aparte que pijo.
Lo que no acierto a entender es la crueldad de algunas críticas que se han vertido sobre la novela. Se la ha tachado de inconsistente, oportunista y falta de tensión literaria. Incluso se ha afirmado que Marsé, anclado en la Barcelona del franquismo, es incapaz de reciclarse artísticamente en un contexto democrático.
Frente a quien así opine me gustaría exponer dos razones.
1. ¿Tanto han cambiado las cosas en esta ciudad?. Estoy pensando en el Carmelo, por cuyas calles, cuestas y descampados ha transitado tantas veces la obra de Marsé. El espectáculo de estos últimos meses ha dejado al descubierto mucho más que los efectos de un accidente: comisiones ilegales, especulación voraz, censura informativa -dirigida por un antiguo profesor de periodismo de mi esposa, hoy ínclito arribista con cargo en el bolsillo- y un desprecio absoluto por las víctmas reales de esa situación. ¿Creeis que para los afectados del Carmelo o el Turò de la Peira la Barcelona actual es tan diferente de la dibujada por Juan Marsé?.
2. Canciones de amor en Lolita´s Club es una novela escrita por un autor consagrado que, sin embargo, no se recrea observando su propio ombligo. Estoy harto de la avalancha de autores que parecen disfrutar escribiendo sobre ellos mismos. A Umberto Eco - La misteriosa llama de la reina LLoana- se lo puedo perdonar por la edad, pero a Javier Cercas - la velocidad de la luz- no.
Que un veterano escritor de prestigio no ceda a la tentación de explicarnos su vida y acometa una verdadera historia me parece un acto saludable. Lejos de anclarse en el pasado, Marsé dibuja un claro panorama de nuestra sociedad actual -mafia, terrorismo, inmigración- sobre el que proyecta un complejo juego de relaciones personales, tan tormentoso como atemporal.
RESUMEN
Quizá no sea una obra redonda -se nota mucho que estaba planteada como guión cinematográfico- pero nos muestra a un Marsé fresco, alejado de tópicos y autocomplacencias.
RECOMENDABLE