“Se sirvió una copa de vino blanco y sacó una silla a la
terraza, donde permaneció una hora sentado contemplando cómo la luza se iba apagando
hasta desaparecer, bebiéndose a sorbos su vino y dando gracias porque todos
tuvieran vidas y cuestiones de las que ocuparse, ajenos a las terribles
mentiras y decepciones que llenaban sus días”.
En anteriores crónicas de esta saga, apuntábamos ya que cada nueva obra de
Donna Leon pierde componente de novela negra respecto a la anterior, y gana como
ejercicio de estilo. La Palabra Se Hizo Carne no es una excepción. Una trama
justita que sirve como excusa para
describir situaciones y desarrollar unos dialogos muy bien planteados. ¿Es eso
suficiente? El arte de Donna Leon como escritora se demuestra en pasajes como el
de la visita al matadero, pero quizá sus seguidores esperábamos una historia
menos previsible.
Como en todos los libros de la saga Brunetti, por La Palabra
Se Hizo Carne desfila buena parte de los personajes habituales en sus historias el inspector Vianello, la
signorina Elettra, o el vicequestore Patta. De entre ellos, hoy querría destacar a Paola, la esposa del
comisario. Y es que esta mujer se supera de libro en libro.
Paola lo tiene
todo. Es intelectual, trabaja en la Universidad, rica heredera de una de las
principales familias de la ciudad, abnegada ama de casa –nadie, ni de dentro ni de fuera, le ayuda en las
treas domésticas- , entregada madre ante sus hijos y principal confidente de su marido. Por
si esto fuera poco Paola está buenísima y además cocina de maravilla unos
platos, en ocasiones muy sofisticados, que ella elabora a diario para
complacer a su familia. En este libro Paola llega al extremo de leer la mente de
su marido a distancia, capaz de, por ejemplo, adivinar cuando llegará Brunetti a casa con
ganas de beber champlagne franceés, en lugar de vino o prosecco. En fin, Paola es tan perfecta
que a muchos nos daría miedo cnvivir con alguien así, convencidos de que un ser
como ese necesariamente debe esconder un lado tan oscuro como tenebroso tras esa fachada.
En definitiva, La Palabra Se Hizo Carne no es un gran libro,
tanto por sí mismo como comparado con le resto de la saga en que se
emarca. Le salva del “poco
recomendable” el cariño que tengo a Brunetti y algunos destellos como la
misa de difuntos con que cierra la obra.
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