... "Sólo buscaba ver el mundo en su dimensión real, sin el barniz de la falsa normalidad; poniendo los dedos donde latía el pulso terrible de la vida, aunque los retirase manchados de sangre”.
Existe un tipo de personas de los que la gente suele huir. Se les distingue enseguida. Son aquellos que en cuanto te cogen desprevenido empiezan a relatarte, sin la menor piedad, sus aventuras en la “mili”. O sus viajes. Todo lo saben y todo lo han visto. Pues bien, a los reporteros de guerra –y sobre todo a los ex reporteros- les sucede más o menos lo mismo. Sin negar los riesgos de su oficio, muchas otras profesiones se desenvuelven en el lado oscuro de la vida sin que sus protagonistas nos den tanto el coñazo: Médicos, enfermeros, policías, bomberos, inspectores de siniestros, soldados, asistentes sociales, inspectores de seguros, jueces, enterradores, forenses, camioneros y taxistas, por ejemplo.
Reverte ha explotado la glorificación del reportero de guerra hasta límites difícilmente superables, excepción hecha de Oriana Fallaci. De hecho, me atrevería a decir que ha inventado un personaje sobre si mismo. En sus últimos libros o relatos parece más un teórico, cronista, estudioso y estratega de la guerra que un simple periodista. Todo por su experiencia acumulada visitando tantos campos de batalla.
Pues bien, conviene recordarle que solo ha sido un privilegiado. Las personas, excepción hecha de los mercenarios y, hasta cierto punto los militares de oficio, no acuden por gusto a la guerra. La guerra es un horror que atrapa y envuelve a todo ser humano que se encuentra dentro de los límites del conflicto, sin que en la mayoría de los casos exista la menor opción de huída. Por contra, el corresponsal acude por gusto o vocación y lo hace con billete de ida y vuelta. Una vez en destino suele disponer de refugios en forma de hoteles de lujo situados a muchos kilómetros de los escenarios de la contienda real y en bastantes ocasiones tan siquiera visita las zonas de peligro, sino que tira de redes locales u otros chanchullos. Nada glorioso, vamos.
.Claro que mueren periodistas de guerra. Es una desgracia pero cada oficio tiene su riesgo y éste, estadísticamente hablando, es muy menor al de militares, policías u obreros de la construcción.
Total, que cada vez aguanto menos tanta arenga político-guerrera, tanto ensalzamiento de los valores castrenses y tantas ganas de comentar detalles morbosamente espeluznantes por parte de unos personajes que, como Arturo Pérez-Reverte, JAMAS han padecido ninguna guerra, sino que han vivido gracias a ellas.
Y es una pena, porque el Reverte escritor, el contador de historias, el que parió obras tan redondas como La piel del tambor, El club Dumas o La reina del Sur tiene un lugar destacado en mi imaginario literario. Un hueco que no llena Trafalgar y mucho menos este El pintor de batallas, por bien escrito que esté.
Arturo Pérez-Reverte es un gran enamorado de la literatura clásica de aventuras: Verne, Salgari, Dumas Stevenson… Le recuerdo que ninguno de estos autores se consagró por contarnos sus vidas sino por trasladarnos a mundos maravillosos gracias a las historias que parieron.
Por tanto, pediría a Reverte que recupere su capacidad innata de escribir buenas novelas. Y que deje las batallitas para sus nietos
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