febrero 19, 2012

Paul Auster SUNSET PARK

“(…) Qué incoherencia tan sublime que su propia generación, que no tiene mucho que contar todavía, haya producido hombres que nunca dejan de hablar, personas como Bing, por ejemplo, o como Jake, que se pone a hablar de sí mismo a la menor oportunidad, que tiene opinión sobre todos los temas, que vomita palabras de la mañana a la noche, aunque el hecho de que hable no quiere decir que ella quiera oirle, mientras que en lo que se refiere a los hombres callados, a los viejos, a los que están a punto desaparecer, daría cualquier cosa por escuchar lo que tuvieran que decir”.

Como fórmula habitual, en una novela los personajes, por bien construidos que estén, se supeditan a la historia. Basta a leer a Paul Auster para entender que no siempre es así, que a veces la trama es una mera excusa para abordar a los protagonistas de la obra.

Sunset park es un ejemplo perfecto de este estilo de escribir. El argumento es tan sutil que apenas si cumple como hilo conductor para dar cobertura a unos personajes que Auster construye hasta en sus más íntimos detalles y que el escritor describe con precisíon de psicoanalista.

Personas oscuras, insatisfechas y emocionalmente inestables, que se desenvuelven en la más estricta normalidad.  No son marginados, dese luego, es más, están sobradamente preparados.  A lo sumo, se mueven en un difícil contexto, como es el de la crisis actual.

A Paul Auster Auster le sobra oficio literario para, desde un guión tan simple,  reflexionar sobre el tiempo, las casualidades o las paradojas del destino, y de paso disertar sobre baseball, homenajear a la literatura norteamericana o criticar la política internacional de su país, sin que la novela pierda coherencia.  Y hacerlo además con amenidad, pese a cumplir con todos los requisitos de escritor de culto al uso: escribiendo en presente, construyendo frases de más de media página o evitando los guiones para marcar las conversaciones.

En definitiva, Sunset Park no agradará en exceso a los amantes de libros con estructura de presentación, nudo y desenlace, pero hará las delicias de aquellos que buscan explorar el alma humana a través de la literatura.

PD: Dedicado a mi antigua amiga Pilar Sánchez,  integrante también, como la personaje de Sunset Park, de un clan familiar femenino. En su caso, el de las famosas Sánchez de Ogilvy.

febrero 08, 2012

Fred Vargas UN LUGAR INCIERTO


- También hay gente que come armarios –murmuró Adamsberg.
Vlad se interrumpió, inseguro.
- ¿Qué come armarios? ¿Es eso?
- Sí. Tecófagos.
Vladislav tradujo, y Arandjel no pareció sorprendido.
- ¿Ocurre a menudo en su país? -se informó.
- No, pero también hubo un hombre que se comió un avión. Y en Londres, un lord que quiso comerse las fotos de su madre.
- Yo conozco un hombre que se comió su propio dedo –dijo Arandjel levantando el pulgar-. Se lo cortó y lo coció. Lo que pasa es que al día siguiente no se acordaba, y fue por todas partes reclamando su dedo.

En  un artículo anterior comenté que el principal mérito de Fred Vargas consiste en crear un imaginario personal y perfectamente reconocible,  dentro de un campo tan trillado como el la novela negra. Un Lugar Incierto confirma esta impresión y da una velta más de tuerca al estilo de Vargas: Personajes histriónicos, conversaciones surrealistas, atavismos rurales, fijación con los animales u  obsesiones neuróticas, al servicio de una sólida historia policíaca.

Quizá la principal novedad es que en esta obra la autora francesa explota su vena más gótica, y construye  una historia de vampiros que sirve como armazón para una novela negra. 

Como viene siendo habitual, el lenguaje llega a ser tan enrevesado que no es difícil perder el hilo de la narración. Especialmente difícil resulta saber cómo los personajes llegan a determinadas conclusiones. En estos csos, releer las páginas anteriores no suele ser de gran ayuda. Es preferible seguir con la historia, en la esperanza de que más adelante la autora aclare los puntos oscuros. Casi siempree lo hace.

Un Lugar Incierto es un libro interesante, que, sin ser una gran novela, seduce lo suficiente como para crear adicción al bestiario particular de Fred Vargas.