Segunda dosis de Vargas en un mismo verano. ¿Demasiado? Reconozco que, apenas iniciada la lectura, me sorprendió la semejanza de la trama de esta obra con la de El hombre de los Círculos Azules, de la misma autora y recientemente comentado aquí. Si en uno, los círculos azules pintados en el suelo preceden a los crímenes, en este otro, el número cuatro dibujado en las puertas es quien avisa de inminentes asesinatos.
Pura fascinación simbólica por parte de la autora, imagino, ya que a partir de aquí las historias no se parecen en nada, o no se parecen más de lo que dos novelas protagonizadas por el comisario Adamsberg pueden asemejarse entre sí.
En este libro, ya se percibe una cierta deriva gótica -que
se ha hecho más evidente en sus últimas novelas- y que se refleja en la forma de dar cuerpo a la trama con algo
tan siniestro como la peste bubónica.
La autora sigue fiel a su estilo, Los personajes
estrambóticos y las situaciones surrealistas se dan cita de nuevo en un relato
en que, pese a todo, la trama policial se impone sobre el especial universo
creado por Fred Vargas con más autoridad que en otras obras.
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