-¡Tiziano y Carlos de Habsburgo! ¡Menuda complicidad la de esos titanes!"
Reconozco que la culpa es mía y sólo mía pero ¿qué quieren que les diga? El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra y además, quien nace ingenuo, ingenuo es y será mientras exista.
El caso es que me había prometido a mí mismo huir de Javier
Sierra tras el trauma intelectual que me produjo su anterior novela El Ángel Perdido, justa
ganadora del premio Truñolibro a la peor obra leída en 2011. Incluso hace poco
más de dos meses les recomendaba que huyeran del título que hoy nos ocupa
aunque, repasando lo escrito, ya dejaba entrever que esta nueva entrega me
suscitaba algún interés. ¿Cuál?
Siempre me ha atraído leer sobre misterios. La idea de
profundizar en supuestos mensajes escondidos en algunos cuadros de El Prado era
una tentación demasiado grande. Por otra parte, el libro en sí es muy bonito:
incorpora ilustraciones, intercala láminas, desplegables, conformando en su conjunto un producto con
nivel de calidad poco habitual ediciones masivas. Así que, con mucha
precaución, me decidí a abordar la obra.
El resultado he superado mis perores expectativas. El Maestro del Prado es un libro horrible, malísimo. El protagonista resulta repelente
desde la primera página y la trama, pese a ser un mero hilo conductor, alcanza
la categoría de pésima. En cuanto a los supuestos misterios escondidos en los
cuadros, sus famosos pintores fliparían en colores si leyeran el galimatías sin
sentido en que Javier Sierra se enreda para elaborar, en base a vaguedades, contradicciones y
aportaciones de su propia cosecha, unas teorías que hieren la inteligencia de
quien las lee. Y todo en base a unos supuestos secretos que, según el autor,
podrían cambiar la faz del mundo, aunque para la mayoría de los mortales sean tan
irrelevantes como anacrónicos.
En definitiva, podría decirse que El Museo del Prado es una
obra para olvidar. Pero no es cierto, conviene recordar lo mala que es por si
algún día volviera a sentir la tentación de leer algo de su autor, por
atractiva que pudiera parecer su propuesta.
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