septiembre 13, 2013

Jesús Carrasco INTEMPERIE

“La intemperie le había empujado mucho más allá de lo que sabía y de lo que no sabía acerca de la vida. Le había llevado hasta el mismo borde de la muerte y allí, en medio de un campo de terror, él había levantado la espada en vez de poner el cuello.”

Intemperie ha sido una de las revelaciones de 2013, uno de esos libros que, aupados de forma viral, se han llegado a convertir en un pequeño fenómeno. Lo significativo es que esta notoriedad no se ha conseguido en base a ninguna nueva fórmula narrativa, sino recurriendo a un género con tanta tradición en España como es el drama rural.

Intemperie narra con excelente prosa las cuitas de un niño que huye y del cabrero que le da refugio, enfrentados ambos a una naturaleza hostil y a unos hombres sin entrañas. Se ha comparado mucho a Jesús Carrasco con Delibes por el protagonismo que logra otorgar al paisaje. Y es cierto pero, puestos a buscar paralelismos, debo reconocer que esta obra me ha recordado mucho a La Familia de Pascual Duarte, donde la degradación humana y la violencia son una constante.

La trama de este libro es demasiado simple para ser tenida en cuenta. Su fuerza reside en el omnipresente paisaje en el que se enmarca. Un territorio duro, semidesértico, cuajado de peligros y abandonos. Por desgracia, la obra se sustenta también en base  a las minuciosas descripciones con las que el autor nos regala, desde la forma correcta de cargar a un burro hasta cómo debe ordeñarse una cabra, explicadas con todo lujo de detalles y haciendo gala de unas expresiones extrañísimas, al menos para quienes no somos -muy pero que muy- de pueblo.

¿A quien recomendar este libro? Es difícil precisarlo. El lector urbanita debería enfrentarse a Intemperie consciente de que el mundo que descubrirá está tan alejado de él como el planeta Kriptón o La Tierra Media. Eso sí, quien goce del mundo rural y del western camuflado disfrutará con su lectura. Aquel que busque a Delibes no lo encontrará, pero es posible que la novela le agrade. Y quien aún crea que el boca a boca es la forma más sincera de promoción literaria es posible que se lleve una sorpresa.

En mi caso debo reconocer que he disfrutado del dominio del lenguaje de este autor y poco más. Sin restarle méritos a Jesús Carrasco, que los tiene, Intemperie no es mi libro.

Benito Pérez Galdós TRAFALGAR; CÁDIZ (EPISODIOS NACIONALES)

Amo todas esas fortalezas que ha ido levantando la historia, para tener yo el placer de escalarlas; amo los caracteres tenaces y testarudos para contrariarlos; amo los peligros para acometerlos; amo lo imposible para reírme de la lógica, facilitándolo; amo todo lo que es inaccesible y abrupto en el orden moral, para vencerlo; amo las tempestades todas para lanzarme en ellas, impelido por la curiosidad de ver si salgo sano y salvo de sus mortíferos remolinos; gusto de que me digan “de aquí no pasarás” para contestar “pasaré”


Benito Pérez Galdós fue un autor extraordinariamente prolífico. Sólo sus Episodios Nacionales abarcan cuarenta y seis novelas, divididas en cinco partes. Este verano he recuperado al escritor canario releyento Trafalgar y Cádiz, dos libros pertenecientes a su primera serie, la protagonizada  -salvo Gerona- por el joven Gabriel de Araceli.


¿Qué supone enfrentarse al universo galdosiano en pleno siglo veintiuno? Ante todo un inmenso placer, el derivado de reencontrarse con una obra que, en lo esencial, es atemporal.  Subrayo lo de “en lo esencial”, ya que que entenderé que el estilo pueda parecer desfasado a quien se acerque con mirada actual a estos Episodios Nacionales. Y quizá sea cierto, por más que la escritura de Galdós, como testimonio de tiempos y usos pasados, me encanta tal cual es. Pero por encima de estas consideraciones su mensaje es universal y sus reflexiones sobre España siglo y medio más tarde siguen de plena actualidad.


“Los dos bandos que habían nacido años antes y crecían lentamente, aunque todavía débiles, torpes y sin brío, iban sacudiendo los andadores, soltaban el pecho y la papilla y se llevaban las manos a la boca, sabiendo que les nacían los dientes”


Galdós es uno de los grandes del siglo XIX. Quizá sus Episodios Nacionales carezcan del sentido de la aventura de un Dumas o de la grandiosidad épica de Tolstoi, pero a cambio aportan una visión periodística que insufla de frescura y verosimilitud a una crónica que, con la ficción como excusa, disecciona casi cien años de nuestra historia.

Recuerden que buena parte de la obra de Galdós, incluyendo muchos de estos episodios, puede descargarse de forma legal y gratuita desde plataformas como Amazon.

Dan Brown INFERNO

Yo soy la sombra. Yo soy vuestra salvación. De modo que aquí estoy, en lo más hondo de esta caverna, contemplando la laguna que no refleja las estrellas. Hundido en este palacio sumergido, el infierno se cuece bajo las aguas. Pronto estallará en llamas. Y, cuando lo haga, nada en la Tierra será capaz de detenerlo.

Cualquier mortal puede reforzar su prestigio intelectual poniendo a parir a autores como Dan Brown. Es fácil y hacerlo eleva nuestro caché como iniciado en los arcanos de la Verdadera Literatura, sobre todo si nos movemos en entornos con escasa afición a leer. Pues bien, aunque todos tenemos prejuicios, yo en primer lugar, este blog intenta alejarse de dogmas y juicios preestablecidos. Bajo este prisma trataré de analizar la presente obra.

He leído varios libros de este autor. El Código da Vinci me pareció un plagio enfocado con mucha habilidad hacia un público que jamás percibiría la suplantación y recibiría el mensaje como un verdadero descubrimiento. Un acierto muy rentable para Dan Brown, quien supo ver el filón donde tantos otros habían pasado sin imaginarlo siquiera. Ángeles y Demonios logró entretenerme sin más. Y El Símbolo Perdido es uno de los mayores truños que he leído en mucho tiempo. Por tanto, al enfrentarme a Inferno podía esperarme cualquier cosa.

El resultado,tras leerla, es que me ha gustado.

Inferno reúne bastante de lo que se necesita para hacer agradable una lectura veraniega: es ligera, con la acción bien dosificada, se desenvuelve en parajes muy atractivos, plantea temas de actualidad y tiene un importante componente didáctico

Dan Brown sigue fiel a un estilo que, de puro neutro, hace casi imposible encontrar en él un ápice de literatura. Repite también protagonista y esquema general de la obra: el profesor Robert Langdon dispondrá de poco más de veinticuatro horas para descifrar un peligroso enigma, que en este caso pivota en torno a la figura de Dante . Como en anteriores obras Langdon se acompaña de una bella joven y la acción se desarrollará en escenarios muy atractivos, como Florencia, Venecia o Estambul.

En definitiva, Inferno es un divertimento que, de rondón, plantea también algún asunto interesante de fondo, como el problema de la superpoblación o los límites de la ciencia.

julio 24, 2013

Andrea Camilleri LA EDAD DE LA DUDA

"Sólo debía dar cinco o seis pasos para llegar a la galería, y quizá encontrar la felicidad. Sin embargo, tenía miedo; esos pocos metros eran peor que una travesía transoceánica, lo llevarían muy lejos de la existencia vivida hasta entonces, sin duda cambiarían por completo su rutina ¿Sería capaz a su edad?".

La mayoría de intentos de convertir sagas literarias en series televisivas suelen acabar en fracaso. España ha sido especialmente terrible a la hora de machacar personajes de ficción. Pienso en Petra Delicado, trasladada a la fuerza de Barcelona a Madrid para mayor gloria de nuestro rancio nacionalismo mesetario, o de Pepe Carvalho, transformado para la pequeña pantalla en una especie de depredador sexual, incapaz de pensar más allá de la punta de su polla. Por fortuna, hay honrosas excepciones a esta regla, que casi siempre han venido de fuera. Podría citarse la genial adaptación de los casos del detective Hércules Poirot realizada por la BBC sobre las novelas de Agatha Christie o, atendiendo al libro que nos ocupa, la estupenda recreación hecha por la RAI de los casos del comisario Montalbano, el célebre personaje de Andrea Camilleri.

Hay que reconocer que una imagen, valga o no más que mil palabras, tiene potencia suficiente para condicionar la lectura. Y es que, tras ver la serie, es muy difícil imaginarse a Montalbano sin el rostro de Luca Zingaretti o a Catarella sin la voz de su doblador al español. Y sin embargo, estas limitaciones no impiden en absoluto disfrutar del libro. Hasta diría que ayudan, ya que permiten recrearnos en unos personajes que, al menos para quienes hemos seguido sus andanzas en televisión, nos resultan entrañables.

La Edad de la Duda se deja leer con verdadero agrado. El estilo es directo, muy conciso y sin adornos innecesarios, pero en ningún momento resulta frío. Además, más allá de la trama policíaca, el sentido del humor de Camilleri golpea cuando menos se le espera, proporcionando situaciones que provocan desde la sonrisa hasta la carcajada.  Por ello, por lo que me gusta este autor y lo bien que me lo hace pasar, prefiero relativizar detalles como un desenlace que quizá no está a la altura de la novela y perdonar algún gazapo gordo, como situar a Israel, Líbano, Siria y Turquía en el continente africano.


Andrea Camilleri arrancó esta saga  en mil novecientos noventa y cuatro, cuando contaba sesenta y nueve  años, y sigue con ella a sus ochenta y ocho.  Sin duda, la edad tiene mucho que ver con su humanismo. Y es que, partiendo de la novela negra, el autor centra su mirada sobre todo en las personas, sabe ser indulgente con nuestros defectos y exalta deliberadamente los valores más nobles que, aunque a veces no lo parezca, aún nos quedan.

julio 17, 2013

Javier Marías LOS ENAMORAMIENTOS

"Podemos ser un obstáculo para alguien sin buscarlo ni tener ni idea, estar en medio, entorpeciendo una trayectoria contra nuestra voluntad o sin darnos cuenta, y así ninguno jamás está a salvo, todos podemos ser detestados, a todos se nos puede querer suprimir, hasta al más inofensivo o infeliz".

Este blog ha criticado sin compasión muchos libros. La mayoría de ellos, sin embargo, no eran obras de literatos, sino de personas enfrentadas sin arte o fortuna al duro ejercicio de escribir. Javier Marías es todo lo contrario. Nos encontramos ante un escritor que hace gala de ello, laureado y miembro de la RAE, un tipo que, además, no se priva a la hora de caricaturizar a sus colegas, tildándolos de petulantes y vanidosos. Un genio humilde, vamos. Y precisamente por eso, lo que en otro escritor de menos fuste podría justificarse, resulta imposible de perdonar en Javier Marias. 

Los enamoramientos es un libro horroroso. Podría argumentar esta afirmación hablando de la trama, casi inexistente, pero aun así aburrida y previsible. Aunque lo peor lo encarnan los personajes, unos seres monocordes y tan similares entre sí que llegas a no saber cuándo lees a uno u otro: todos piensan igual, se expresan de la misma forma, utilizan las mismas palabras, sus razonamientos son idénticos  y además parecen aquejados por una común incontinencia que les hace cavilar de forma obsesiva, en voz y pensamiento, en torno al mismo tema.

¿Y qué es ese asunto sobre el que Javier Marías da vueltas y vueltas, repitiéndose una y otra vez hasta aburrir incluso al lector más predispuesto? Pues nada demasiado complejo. De hecho, nuestro refranero lo resume de en una sola frase: “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”. Un genial ejercicio de síntesis que queda muy lejos de la capacidad del autor, ya que Javier Marías necesita cuatrocientas páginas y toneladas de tedio para llegar a tan elemental conclusión.

Lo curioso de Los Enamoramientos es que, abriendo cualquier página al azar, no es difícil encontrar comentarios atinados y reflexiones originales  que inviten a la lectura. EL problema es que los repite hasta el hartazgo  sin conseguir en base a ellos elaborar una obra que se sostenga por sí misma.

Para hacer una buena novela se necesita algo más que escribir bien. Una prosa brillante de nada sirve si el conjunto no mantiene una mínima coherencia. Una sola idea, por mucho que atraiga al autor y por poderosa que éste la crea, no siempre da para construir alrededor de ella una historia. Y un truño, lo escriba quien lo escriba, truño es. 


julio 08, 2013

Donna Leon LAS JOYAS DEL PARAÍSO

"Se preguntó si en la actualidad había alguna creencia que tuviese la misma fuerza para la mayoría de los europeos; se le ocurrió que una forma de determinarlo sería pensar en aquellas cosas por las que la gente estaría dispuesta a morir. ¿La transubstanciación? La Trinidad? Indudablemente, no. ¿Por salvar a la familia o a la persona que aman? Si. Pero más allá de eso y de intentar salvar su patrimonio, a Caterina no se le ocurría nada más."

Uno de los grandes atractivos a la hora de abordar Las Joyas del Paraíso estriba en que nos permite leer una obra de Donna León ajena al comisario Guido Brunetti, el célebre policía que protagoniza la mayoría de sus libros.  Eso sí, la  novedad acaba ahí, pues  el escenario en que se sitúa la historia sigue siendo Venecia y la temática gira en torno a la ópera, una de las grandes pasiones de la autora, presente de una forma u otra en varias de sus novelas.

El resultado, bajo mi opinión personal, no ha estado a la altura de la expectativa.  En su empeño por hacer una intriga ligera, culta y alejada del género negro, Donna León ha creado una historia que peca simplona, incluso aburrida en algunos momentos, que no llega a enganchar al lector.  Por fortuna, la autora no aparca el estilo que caracteriza a su saga. Su lenguaje ágil, la mordacidad en las descripciones y su maestría a la hora de desarrollar diálogos siguen presentes. Este hecho, unido al paisaje familiar de Venecia, hacen que Las Joyas del Paraíso sea como un libro de Brunetti pero sin el comisario, ni policías, ni villanos, ni muertos. Por desgracia, al despojarla de estos elementos, nos encontramos ante una novela muy tibia.

Tras advertir de qué es y qué no es este libro, recomendaría Las Joyas del Paraíso tan solo a los  incondicionales de Donna Leon y a los perdidamente enamorados de Venecia. Como yo mismo, lo reconozco.

Javier Sierra EL MAESTRO DEL PRADO

"Que de algún modo, con la ayuda de la Virgen y de San Juan -de espaldas, a la izquierda del lienzo-, a venia de la Trinidad y la continuidad de su estirpe, iba a seguir ejerciendo su influencia sobre el reino.
-¡Tiziano y Carlos de Habsburgo! ¡Menuda complicidad la de esos titanes!"

Reconozco que la culpa es mía y sólo mía pero ¿qué quieren que les diga? El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra y además, quien nace ingenuo, ingenuo es y será mientras exista.

El caso es que me había prometido a mí mismo huir de Javier Sierra tras el trauma intelectual que me produjo su  anterior novela El Ángel Perdido, justa ganadora del premio Truñolibro a la peor obra leída en 2011. Incluso hace poco más de dos meses les recomendaba que huyeran del título que hoy nos ocupa aunque, repasando lo escrito, ya dejaba entrever que esta nueva entrega me suscitaba algún interés. ¿Cuál?

Siempre me ha atraído leer sobre misterios. La idea de profundizar en supuestos mensajes escondidos en algunos cuadros de El Prado era una tentación demasiado grande. Por otra parte, el libro en sí es muy bonito: incorpora ilustraciones, intercala láminas, desplegables,  conformando en su conjunto un producto con nivel de calidad poco habitual ediciones masivas. Así que, con mucha precaución, me decidí a abordar la obra.

El resultado he superado mis perores expectativas. El Maestro del Prado es un libro horrible, malísimo. El protagonista resulta repelente desde la primera página y la trama, pese a ser un mero hilo conductor, alcanza la categoría de pésima. En cuanto a los supuestos misterios escondidos en los cuadros, sus famosos pintores fliparían en colores si leyeran el galimatías sin sentido en que Javier Sierra se enreda para elaborar,  en base a vaguedades, contradicciones y aportaciones de su propia cosecha, unas teorías que hieren la inteligencia de quien las lee. Y todo en base a unos supuestos secretos que, según el autor, podrían cambiar la faz del mundo, aunque  para la mayoría de los mortales sean tan irrelevantes como anacrónicos.

En definitiva, podría decirse que El Museo del Prado es una obra para olvidar. Pero no es cierto, conviene recordar lo mala que es por si algún día volviera a sentir la tentación de leer algo de su autor, por atractiva que pudiera parecer su propuesta.

junio 17, 2013

Javier Cercas LAS LEYES DE LA FRONTERA

“A los dieciséis años todas las fronteras son porosas, o al menos lo eran entonces; y lo cierto es que la frontera del Ter y el Onyar resultó tan porosa como la del Liang Shan Po, o al menos lo resultó para mí: tres meses atrás yo había dejado de ser un charnego de clase media para ser un quinqui, y tres meses más tarde dejé de un día para otro de ser un quinqui para volver a ser un charnego de clase media.”

De por general, suelo hacer las crónicas de los libros en cuanto los termino. Hay obras, sin embargo,que exigen dejarlas reposar antes de analizarlas. Y la lectura de Las Leyes de la Frontera de Javier Cercas me ha provocado tantas contradicciones que, al cerrar su última página, era incapaz de afirmar si me había gustado o no. Por ello he preferido demorar unos días este comentario y darme un tiempo para reflexionar sobre esta novela.

Muchas de los paisajes que este libro narra forman parte del imaginario de mi propia vida. A finales de los setenta yo también era un adolescente y mi barrio, tal como cita Cercas, se dividía en una infinidad de sutiles fronteras que separaban o unían mediante líneas poco definidas la sencillez de una zona obrera inmigrante de la más pura marginalidad. Fronteras que, no nos engañemos, sólo sabíamos trazar los que allí vivíamos. Para la gente de fuera, Nou Barris (En aquellos tiempos Verdún, Roquetas o La Trini) eran barrios de quinquis, charnas y lolailos, sin más.

Como testigo de aquella época también conocí el fenómeno de las bandas juveniles, la transformación de sus miembros en delincuentes y su final como drogadictos. Buena parte de esa generación, que es la mía, murió por culpa de la heroína o consumida por el SIDA, las dos grandes pandemias que, en macabra comunión, masacraron a decenas de miles de jóvenes en la España de la transición. Quizá por lo ignominioso de aquella etapa no hay muchos testimonios de la misma, más allá de algunos documentales (Les recomiendo éste en especial, es demoledor) y las discutibles películas de José Antonio de la Loma. Quizá los testimonios más desgarradores, aunque tambén muy deformados, los encontramos en las letras de las canciones de grupos como Los Chichos, Chunguitos y otros de la rumba marginal.

Las Leyes de La Frontera tampoco será el gran libro que glose aquella generación. Ni creo que Cercas lo pretendiera al escribirlo. Más bien pienso que el autor aprovecha un capítulo de nuestra historia más reciente, no demasiado tratado, para dar rienda suelta a sus obsesiones: la idea del mito, las causalidades que pueden marcar tu vida, el pasado que siempre vuelve, la mala digestión del éxito, la volatilidad de la fama, o cómo cambia nuestra perspectiva sobre la forma de entender el mundo a través del tiempo.


Por tanto, que nadie busque en Las Leyes de la Frontera un relato de aventuras. Arturo Pérez - Reverte podría hacer maravillas con unos personajes así. También errará quien tome esta obra sólo como un retrato histórico. De hecho, algunos detalles revelan hasta cierta despreocupación en documentar la época -citar a Franco Battiato como a uno de los baladistas horteras italianos que sonaban en España a finales de los 70 es imperdonable-. Tampoco creo que sea un libro redondo. De hecho, reconozco que algunos de sus enfoques no me gustaron. Sin embargo, casi un mes después haberlo leído, aun sigo reflexionando, a partir de este libro, sobre mí mismo, mis propias causalidades, la deriva de mi vida y la perspectiva que de la misma, quien sabe si de forma real o distorsonada, me otorgan los cincuenta y un años largos que llevo a cuestas.

En definitiva, me confieso incapaz de concluir esta crítica de manera desapasionada. Es evidente que con Las Leyes de la Frontera Javier Cercas ha sabido tocar mi fibra.

mayo 24, 2013

Santiago Posteguillo LA NOCHE EN QUE FRANKENSTEIN LEYÓ EL QUIJOTE


"La historia es memoria y tenemos memoria colectiva desde que anotamos lo que nos sucede, pero más allá de la historia, mucho antes, seguramente en alguna cueva del paleolítico, un hombre dejó perplejos a los miembros de su tribu con un relato sobre una cacería; o quizá fue una mujer con un cuento que se inventó sobre las nubes y las estrellas para calmar el miedo de un niño.
Y ahí empezó todo".

Hay libros que entran por los sentidos. En ocasiones, basta un título curioso para llamar la atención. Cuando además se acompaña de una ilustración de portada tan bien resuelta como la que nos ocupa, la tentación de hacerse con él aumenta. Si, como es mi caso, a estos reclamos se suma  que aun no me había atrevido a leer nada de Santiago Posteguillo por lo voluminoso de sus novelas -con las que podría calzarse un Boeing, llegué a afirmar en este blog- las apenas 200 páginas de esta obra acabaron por forzar mi decisión.


¿Que esconde La Noche en que Frankenstein Leyó al Quijote? Pues una serie de artículos, en algunos casos novelados, que describen diferentes curiosidades relacionadas con la literatura, sus autores o los libros que escribieron. Desde la biblioteca de Alejandría hasta Harry Potter, pasando por Dumas, Kafka y Dostoiewski, por citar sólo unos ejemplos. El resultado es un anecdotario didáctico y ameno, aunque bastante ligero en sus contenidos, concebidos para satisfacer tanto a adultos como a los más jóvenes.

En definitiva, sin ser una lectura arrebatadora, La Noche en que Frankenstein Leyó al Quijote satisfará a quienes gustan de conocer historias sobre literatura, o deseen iniciar a sus hijos o alumnos en ella.

mayo 20, 2013

Arturo Pérez - Reverte EL TANGO DE LA GUARDIA VIEJA


Como otros boliches de tango próximos al Riachuelo, era un espacioso almacén, despacho de comestibles y bebidas durante el día y lugar de música y baile por la noche: suelo de madera que crujía al pisarlo, columnas de hierro, mesas y sillas ocupadas por hombres y mujeres frente a un mostrador de estaño iluminado por bombillas eléctricas sin pantalla, con individuos de aspecto patibulario acodados o recostados en él”.

Vaya por delante: Arturo Pérez - Reverte es uno de los escritores que más me han hecho disfrutar con sus obras. Novelas tan brillantes como El Club Dumas, La Reina del Sur o La Piel del Tambor, ocuparán siempre un lugar destacado en mi recuerdo. Ello no significa que me guste todo lo que escribe, ni mucho menos que comulgue con su visión épico - marcial de la vida. Hay obras suyas que no me transmitieron nada, como La Carta Esférica, otras que no dudé en catalogar como truños -véase la crítica de El Pintor de Batallas- y algunas más en las que el abuso a la hora de tirar de herreruelo, cachicuerna y degüelle, llegaba a aburrir: Ejemplos perfectos serían Trafalgar o Un Día de Cólera, con un Pérez - Reverte transmutado en la versión gore de Benito Pérez Galdós.

El Asedio me gustó mucho. Me pareció que Reverte volvía a la senda de contar excelentes historias, eso sí, sin renunciar al imaginario que tan bien identifica su obra: épica guerrera y hombres de honor a la vieja usanza. Pese a todo, tras leer la reseña de El Tango De La Guardia Vieja, reconozco que abordé este nuevo libro suyo con cierta aprensión. Y es que me costaba imaginar a Don Arturo lidiando con un registro a priori tan diferente al suyo como es una historia de amor.

El resultado podría calificarse de sobresaliente. Eso sí, tildar a este libro como novela romántica sería pecar de simplista. El Tango De La Guardia Vieja nos habla de un siglo XX que, en sus páginas, se nos antoja cada vez más lejano, plagado de personajes que hoy nos parecen ya irreales: rufianes de arrabal, ladrones de guante blanco, guapos ambiciosos, glamurosas aburridas o espías de mirada triste. El en centro, la tormentosa relación de los protagonistas, perfilados de forma magistral, cuyo devenir da sentido y coherencia a una historia que nos traslada desde Sorrento, donde se sitúa la acción principal, hasta Niza y Buenos Aires.

“También ésta es la historia de mi vida, pensó, o parte de ella: buscar un taxi de madrugada oliendo a mujer o a noche perdida, sin que una cosa contradiga a la otra”

Quienes busquen los rasgos distintivos de Reverte, tampoco se sentirán defraudados. Las descripciones de los tanguistas en oscuros tugurios son memorables y el personaje principal, Max Costa, está a la altura de sus mejores creaciones. Max evidencia una vez más que, para Don Arturo, un hombre que no haya sobrevivido a una guerra es un mierdas con todas las de la ley.

En definitiva, 
El Tango De La Guardia Vieja es
un libro muy interesante, que vale la pena leer tanto para deleitarse con la prosa que destila, como para disfrutar de una buena historia o ¿por qué no? estremecerse ante una arrebatadora historia de amor.