diciembre 16, 2011

Carlos Ruiz Zafón EL PRISIONERO DEL CIELO

"Recuperó el raro placer de orinar al viento sin ardores ni sucesos vergonzantes y se dijo que un hombre que podía mear de pie y sin ayuda era un hombre en condiciones de afrontar sus responsabilidades.".

Permitan que por una vez empiece el comentario por el final: El prisionero del Cielo es un engaño y una falta de respeto hacia los lectores. A partir de aquí, me explico:

Hay una gran diferencia entre una saga y una novela por entregas. En el primer supuesto, cada volumen suele tener entidad propia, -presentación, nudo y desenlace- si bien algunos elementos se supeditan a una historia que transita de un libro a otro. El segundo es una historia troceada en partes, sin que éstas tengan sentido por sí mismas. Eso sí, una vez completada la historia, ésta puede inscribirse, si el autor lo desea, en una saga.

El Prisionero del Cielo es una obra capada, cortada de forma súbita en una determinada página par continuarla, se supone, en un nuevo volumen.  El problema es que no da aviso y se presenta como lo que no es, o sea, un libro completo, lo que supone un engaño hacia el comprador. Los motivos cuestan de entender. Si Zafón no ha acabado su historia, debería guardar lo escrito en un cajón y seguir trabajando hasta completarla. Si, como me temo, la obra está ya terminada y una luminaria de la editorial ha decidido cuartearla para hacernos pagar el doble o el triple por leerla, la jugada me parece ruín.

Porque nada justifica dividir esta obra. Ni su extensión. De hecho el libro está hinchadísimo y  las 377 páginas que presenta se han logrado en base a artificios de composición. Baste un ejemplo. Si se hubiera maquetado igual que La Sombra del Viento – 575 páginas en la edición original de Planeta- El prisionero del Cielo ocuparía poco más de 200.  O sea, que margen para imprimir más novela había. Posiblemente toda.

Disculparé a Zafón de esta tomadura de pelo, que puede deberse a oscuros manejos de marketing editorial. Pero no lo haré respecto al sentido mismo de la obra, ya que El Prisionero del Cielo es un libro cuyo argumento –la parte que deja entrever, claro- no casa con sus dos obras predecesorass, en especial con El Juego del Ángel. Tanto, que algunas situaciones contradicen claramente  lo que el autor había ya escrito con anterioridad. Todo ello lleva a sospechar si de verdad se quería hacer una saga con esta historia o se ha llegado a ella para dar una nueva vuelta de tuerca al filón.

En cuanto al estilo, si en Carlos Ruiz Zafón coexistían la sorna de un Eduardo Mendoza y el ambiente onírico de un Borges, debemos olvidarnos de esta segunda influencia y centrarnos en la primera. Ello implica que desaparece el aura de misterio e irrealidad que marcó sus dos novelas anteriores mientras cobra total relevancia el tono de sainete, deudor en exceso de Mendoza. Por desgracia, abusa tanto de este recurso que lo eleva al rango de caricatura, restando credibilidad a los personajes.

Pese a sus excesos, justo es decir que Zafón escribe muy bien. Y respecto a la trama, una vez despojado el libro de elementos mágicos o irreales de las obras precedentes, lo que queda es una novela de aventuras -con referencias demasiado explícitas a clásicos del género como El Conde de Montecristo, por cierto-, divertida pero muy ligera.

En definitiva, me ha costado mucho postular a El Prisionero del Cielo como truñolibro del año. Y lo hago a pesar de la calidad innegable de Zafón, del interés –que lo tiene- de la historia que propone y del respeto que profeso a un escritor que me hizo disfrutar tanto en sus anteriores libros. Incluso le perdonaría en parte ese afán por exprimir La Sombra del Viento. El Prisionero del Cielo accede a esta distinción porque es un fraude pagar 22,90 euros por la mitad de un libro. Un timo contra el que los lectores debemos rebelarnos. Y una inconsciencia por parte de la editorial en estos tiempos en que quien compra un libro es porque quiere, ya que existen fórmulas para conseguirlo sin pagar un euro. Luego se quejan.

diciembre 11, 2011

Víctor del Árbol LA TRISTEZA DEL SAMURÁI

"Eso era la Justicia, pensó María, mientras repasaba con los dedos aquellos estantes: la pretensión absurda de que la naturaleza humana puede ser dominada por el poder de la ley. Reducirlo todo a un sumario de unas pocas páginas, ordenar el hecho, juzgarlo, archivarlo y olvidarlo. Así de simple. Y sin embargo, bastaba el silencio de aquel lugar para escuchar el murmullo de las palabras escritas, de sus protagonistas, los gritos de las víctimas, los odios nunca olvidados de las partes, el dolor que jamás cesaría".

El intento de golpe de estado del teniente coronel Tejero ha proporcionado mucha más narrativa de ensayo que de ficción. Y eso que el tema da juego. Así debió entenderlo, sólo en parte, Victor del Árbol al abordar La tristeza del samurái, una inquietante novela que nos transporta desde la postguerra española hasta el mismo 23 de febrero de 1981.  Y recalco lo de sólo en parte, pues se equivocará quien crea que la asonada militar es el eje central sobre el que pivota la novela. Antes al contrario, es un recurso para situar la obra y sobre todo acabar de perfilar el carácter de uno de sus personajes centrales, el pérfido Publio. Por ello el lector no encontrará el menor dato que arroje luz sobre la enorme cantidad de sombras que aun rodean el levantamiento. Pero no importa. Como ya he dicho, ese no es el objeto del libro. La tristeza del samurái nos habla de intrigas, lealtades, cobardías, injusticias, venganzas y miedos. Y lo hace con un lenguaje preciso, áspero incluso, en el que no caben ironías o sentido del humor.

En resumen, la tristeza del samurái es un libro absorbente y en ocasiones angustioso, en el que apenas iniciada la lectura ya se asume que no tendrá un final feliz. Una buena novela a la que, para mi gusto, solo le sobra un par de cosas para merecer la categoría de grande. 

noviembre 24, 2011

Javier SIerra EL ÁNGEL PERDIDO

"La mujer reconoció aquel aplomo al instante. Su interlocutor sabía cómo hacer que su pecho se inflamase de patriotismo y que sus pies despegasen del suelo deseando cumplir con cualquier misión".

Cuenta Javier Sierra que su pasión por el detalle llega a tal punto que, a fin de documentarse sobre el monte Ararat, lo escaló. Y aunque supongo que este hito puede marcar una gesta en lo deportivo, tras leer el libro, dudo que tal esfuerzo haya merecido la pena. Es más, me atrevería a decir que para parir una obra como esta, bien podría haberse quedado en casa.

El Ángel Perdido es un libro malo, muy malo. Y no lo digo por su temática. A fin de cuentas creer en angelitos o no va a gustos y el género de ficción admite propuestas mucho más fantásticas que la que aquí plantea Sierra. Mi calificación viene dada por lo inconsistente de los personajes, lo incongruente de las situaciones y la incapacidad del autor para ordenar más o menos una trama con cierta lógica.

Y es una pena, pues Javier Sierra tiene algunos libros que no están mal, como La Cena Secreta. Pero en El Ángel Perdido ha tratado de hilvanar una ambiciosa historia a medio camino entre Dan Brown y Frederick Forsyth en la que parece que solo ha imitado lo peor de ambos, que es mucho. Para colmo, la historia desprende un tufillo entre pío y reaccionario que tampoco ayuda a su digestión.

Javier Sierra vende mucho, sobre todo en Estados Unidos. Este libro no será una excepción y créanme en sinceridad que me alegro, pues la industria editorial necesita ganar dinero para mantenerse en estos años tan convulsos. Pero ello no quita a que incluya, por méritos más que sobrados, a El Ángel Perdido en la lista de aspirantes al premio Truñolibro 2011.

Manuel Vázquez Montalbán CUENTOS NEGROS

“… Todo escritor sabe que el verdadero asesino de sus novelas es él mismo. El escritor es la chica del bar y el amante de la chica del bar, el ganster y el policía, el homosexual y el fascista, el marxista y el heterosexual, la víctima y el asesino”.

En un artículo anterior confesaba que Juan Marsé me ganó para la literatura. Pues bien, con la misma sinceridad debo reconocer que mi autor de referencia, aquel con el que más me he identificado, ha sido Manuel Vázquez Montalbán. Tanto que, aunque ya han pasado 8 años desde su fallecimiento, aun lo noto a faltar. Me hubiera encantado ver cómo afrontaba el movimiento de los indignados, la crisis de los mercados, el auge de la ultraderecha mediática, la primavera árabe, el pelotazo del fórum y hasta el fenómeno Guardiola con su lucidez y socarronería habitual. Porque Manuel Vázquez Montalbán no era solo un escritor, un articulista, un gastrónomo, un poeta o un teórico de la comunicación. Era un intelectual en el amplio sentido de la palabra, una persona de amplísima cultura capaz de marcar con su pensamiento cualquier actividad que se proponía.

Montalbán era muy prolijo. Podías escucharlo en la radio y leerlo en diarios, revistas o en su propia obra literaria, tanto ensayística como de ficción. Quizá por ello el vacío tras su marcha fue tan grande. No sólo perdías una persona sino unos usos que ya formaban parte de tu cotidianeidad. Claro que, por lo difícil de abarcar una obra tan extensa, es posible enfrentarse hoy día a dos nuevas recopilaciones del autor con la casi seguridad de no haber leído –o no recordar haberlo hecho al menos- buena parte del material que contienen.

Cuentos negros, el libro que nos ocupa, es una selección de relatos más o menos breves protagonizados por Pepe Carvalho. Y subrayo lo de relativamente breves, ya que el libro abre con La muchacha que pudo ser Emmanuelle, una historia aparecida por entregas en El Pais durante el verano de 1997 y que, por extensión y estructura, se asemeja más a una novela que a un cuento.

Leer de nuevo al detective y ex agente de la CIA pone la piel de gallina. Y es que enfrentarse otra vez con Carvalho, Biscuter o Fuster puede producir en el lector el espejismo de que todo sigue igual, que estos personajes no se han ido y que su creador, saneado tras unas largas vacaciones, vuelve con el empuje de siempre. Un efecto irreal, pero que vale la pena disfrutar al menos mientras dure el libro. Porque al cerrar la última página acabaremos reconociendo, muy a nuestro pesar, que las historias de Carvalho están apuntaladas en una Barcelona que cada vez se parece menos a la actual, que muchos de los restaurantes que cita cerraron hace tiempo, que nadie se preocupa ya de posmodernidades y, por encima de todo, que aún no ha aparecido un ningún escritor con capacidad ni cultura suficiente como para recoger su legado y continuar con su estilo.

Y eso que no hay mes en que las editoriales no proclamen fútiles pretendientes a tal honor.

" Carvalho detestaba dejar Barcelona e irse a Madrid, como si fuera irse a las antípodas. Madrid es una ciudad llena de representantes de empresas norteamericanas y de cantantes de flamenco de paisano, de ministros y ex ministros, de filósofos posmodernos y picadores de toros con varices, de espías israelitas y de alcahuetas de la jet society, de diputados de provincias y de comandos de ETA, de ejecutivos agresivos y de ejecutivos agredidos, y además todo el mundo comía bocadillos de calamares y hablaba silabeando como los chinos en las películas americanas".

septiembre 24, 2011

Glenn Cooper LA BIBLIOTECA DE LOS MUERTOS

“El movimiento del palo en el swing fue lento y perfecto, y cuando el arco alcanzó su punto álgido –justo un momento antes de que una bala atravesara el cráneo de Elder  y salpicara al cuarteto con sangre y trozos de cerebro- pensó que la vida era demasiado bonita”.

Lo reconozco. Este libro tenía todos los ingredientes para postularlo como candidato al premio Truñolibro 2011: Personajes rancios, escaso oficio literario por parte del autor y unos errores históricos en la trama que claman al cielo.

Pero el argumento tenía su aquello, el libro se dejaba leer, a Glenn Cooper no le falta sentido del humor y además, la historia transita por lugares en los que estaba o acababa de poner el pie.

Total, que me he divertido con su lectura. No sé si tanto como para correr a por la sgunda parte, El libro de las almas, que acaba de salir este mes de septiembre. Pero más pronto o más tarde editarán la versión de bolsillo y, cuando aparezca, a buen seguro terminará acomañándome de vacaciones. Al tiempo.

septiembre 21, 2011

Donna Leon TESTAMENTO MORTAL

"La vida pone un pie delante del otro, silbando una tonada que es lúgubre o alegre, alternativamente, pero siempre pone un pie delante del otro y sigue avanzando".

Haces unos meses, al hilo del anterior trabajo de Donna León, recordé que la autora no había envejecido a sus personajes. Chiara y Rafi llevan 20 años siendo adolescentes, mientras sus padres siguen instalados en ese concepto tan impreciso al que llaman mediana edad. Está bien. En ocasiones te gusta reencontrarte con tus personajes favoritos tal como los dejaste la última vez, y no descubrir en ellos a unos tipos achacosos y vencidos por los años. Además, ver envejecer a los protagonistas de tus historias te obliga a recordar lo viejo que como lector eres, lo cual no es siempre de agradecer.

Sin embargo, el hecho de que Donna Leon mantenga a Brunertti en la eterna juventud no significa que la autora no reflexione sobre el paso del tiempo. Testamento mortal es una constante  yuxtaposición entre lo efímero de la vida, evidenciado por unos personajes cargados de años, recuerdos, secretos y cuentas pendientes, y lo impertubable de la belleza que ejemplariza Venecia.

Una novela bonita, en la que no faltan los rasgos familiares que caracterizan la saga -Brunetti no sería nadie sin el inspector Vianello, el superintendente Patta o la signorina Electra- y a la que, como sucede en las últimas obras de la escritora norteamericana, todo lo que pierde de novela negra lo gana como historia entrañable.

Los diálogos, como siempre, magistrales.

Michael Connelly EL OBSERVATORIO

"En sus propias pupilas, Bosch vio una comprensión de la esencia del trabajo de un detective de homicidios: vio que, cuando saliera por aquella puerta, se sentiría deseoso y capacitado para hacer lo que hiciera falta, costara lo que costase, para cumplir con su obligación. Pensarlo lo hizo sentirse a prueba de balas".

Reconozco que nunca me había acercado a la obra de Michael Connelly y que, por tanto, desconocía al detective Harry Bosch. La verdad, no sé si le daré otra oportunidad. Y eso que la novela cumple su función como libro de verano, esto es,  la trama  no aburre y se deja leer.  Pero le falta literatura y le sobra guión de cine., todo q¡y que, como película, el argumento apenas para elaborar un telefilm de segunda.

Una historia policíaca necesita una chispa especial para transformarse en novela negra. Aquí no la he encontrado. Incluso el protagonista, supuesto héroe, me ha parecido un verdadero estúpido.
Supongo que los que han leido las 12 novelas anteriores del detective Harry Bosch –un acrónimo de Hieronymus Bosch, el pintor holandés que por aquí denominamos como El Bosco- conocerán mucho mejor que yo al personaje y sabrán encontrarle unos matices que no logro ver. O quizá esta obra, la número 13 y publicada por entregas en The New York Times, no está a la altura de las demás.

Para mi gusto El Observatorio es una novela intrascendente, ni frío ni calor, de la que sobre todo se agradece su brevedad.

Leer mientras viajas

Para viajar en vacaciones no hay nada como los libros de bolsillo, fáciles de transportar y reemplazables en caso de pérdida o descuido. Lecturas sencillas que, que sin robar protagonismo al viaje, amenizan esos momentos de relax que siempre se abren en toda escapada.

Reconozco que para mí tiene algo de ritual acercarme a alguna librería -o gran superficie, da igual- y seleccionar los libros que me acompañarán en las vacaciones. Siempre compro de más, por si acaso y,  aunque me atrevo con lecturas que difícilmente abordaría el resto del año, al final coloco en la maleta a algún autor que no me sorprenda. Por si acaso también.

Navegando en lo nuevo, a veces descubro alguna joya y otras me ha tocado he tragado un ladrillo, cosa que hago sin quejarme mientras la prosa sea de fácil digestión.

Estas vacaciones de 2011 me han acompañado Testamento Mortal de Donna Leon, El Observatorio de Michael Connelly y La Biblioteca de los Muertos de Glenn Cooper.

En los proximos días aparecerán las reseñas de los tres libros.

agosto 08, 2011

Juan Marsé CALIGRAFÍA DE LOS SUEÑOS

"Todo está en el espejo y permanece estable y real, mucho más allá de las engañosas manchas de azogue y de la fantasmagoría de la taberna con su atmósfera inesperadamente cañí, todo parece hallarse más allá de lo contingente, incierto y neblinoso, y él siente en la sangre la fascinación irresistible del mañana, algo indefinible pero más tangible, intenso y vívido que la vida real, una exaltación interior que se nutre de buenos augurios y azares futuros".

No sé si a ustedes también les sucede, pero muchas de las obras se esfuman de mi mente al poco tiempo de leerlas, sin dejar recuerdo aparente. Hay otros libros en los que descubro cuanto me han influenciado al releerlos; y hay obras que tan siquiera necesito releer salvo por el placer de hacerlo pues, pase el tiempo que pase, permanecerán siempre instaladas en mi memoria. “Ultimas tardes con Teresa” es una de ellas. Puedo afirmar sin complejos que, aunque uno ya era de leer, con ese libro Juan Marsé me conquistó como adepto, no ya a su obra, sino a la literatura.

Quizá por todo lo expuesto entenderán mi emoción al  enfrentarme a una nueva obra de Marsé. Cariño y respeto se confunden. Y un cierto temor a que el retoño no responda a unas expectativas que yo mismo considero demasiado altas.

“Caligrafía de los sueños” lo ha conseguido de nuevo, aunque reconozco que el autor no lo ha puesto fácil. Con evidentes resonancias de “Si te dicen que caí”, la obra podría pasar por una serie de apuntes autobiográficos, escritos para consumo del propio Marsé, apenas revestidos por una trama que recuerda mucho a la canción Penélope de Serrat. Poca sustancia para ensamblar una obra consitente.

Sin embargo “Caligrafía de los sueños” te va ganando a medida que lo lees. Al principio por la maestría de su narrativa y, a medida que se van consumiendo las páginas, por el propio argumento, mucho menos accesorio de lo que en principio podría presumirse.

No me extenderé más. Quienes no conozcan la obra del escritor barcelonés pueden empezar por “Últimas tardes con Teresa” y acabar con esta Caligrafía de los Sueños. Si prefieren otra combinación prueben con “Teniente Bravo”, “El embrujo de Shangai”… No se planteen demasiado el orden, pero lean a Marsé.

julio 21, 2011

John le Carré UN TRAIDOR COMO LOS NUESTROS

Y supongo que, pese a sus fundadas reservas respecto a nosotros, por un momento deseó ser espía, ¿no?

La literatura buena, la de calidad, es la que consigue elevarse por encima del género al que se adscribe para aportar valorres universales. Esto es así dede los tiempos de Don Quijote y se evidencia en la obra de John le Carré.

Le Carré es quizá el mejor escritor de novleas de espías de todos los tiempos. Pero su obra no se limita a recrear aventuras de agentes secretos, espías dobles o servicios de inteligencia.  Opuesto a arquetipos tipo James Bond, Le Carré es capaz de crear admósferas intimistas cargadas de imágenes de  soledad, desamor o tristeza y combinarlas a la vez con una crítica feroz a los excesos del sistema capitalista actual. Y todo ello sin ceder un ápice la tensión narrativa.

El autor,  célebre desde la década de los 60 con libros como “el espía que surgió del frío” o el inicio de la saga del agente Smiley, vivió su propia caída del telón de acero sin qque su obra se resintiera. Es más,  liberado de las ataduras estilísticas de la guerra fría, es a partir de este momento cuando comienza, para mi gusto, lo mejor de su obra. A esta época corresponde “el jardinero fiel”, un apasionado relato de amor y una crítica despiadada a los usos de la gran industria farmacéutica, cuyas miserias, intereses espureos y usos fraudulentos se exponen al lector sin paños clarinetes.

Y en esa misma línea encontramos “un traidor como los nuestros”, una novela que, si bien no es tan redonda como “el jardinero fiel” nos muestra al mejor John Le Carré.  De su mano vamos a conocer como funciona la industria del blanqueo de capitales a gran escala, su imbricación con gobiernos e instituciones corruptas –desde Gran Bretaña hasta la ONU- y el impacto que estas inmensas bolsas de dinero fraudulento tienen en las economías occidentales en plena crisis económica.

En definitiva, “un traidor como los nuestros” es un excelente libro, recomendable tanto para los conocedores de Le Carré como para aquellos que quieran iniciarse en su obra. Y para todos los que deseen bucear en las cloacas de nuestra socuedad mientras disfrutan de una buena novela.